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El Rolls-Royce

Espíritu del éxtasis Rolls Royce

El 15 de junio de 1.969 no era un día corriente en Madrid.  Aquel 15 de junio se jugaba la Copa del Generalísimo y un modesto Elche C.F. había llegado a la final, por lo que la ciudad estaba tomada por coches franjiverdes y por hinchas con los atuendos más extravagantes. Había hasta un ciclista que salió en los Telediarios.

La cosa es que a mí ni me gusta ni me gustaba el fútbol, ni el deporte en general. Y no gustándome el deporte, ¿por qué se me quedó tan grabado aquel 15 de junio? Pues, porque ahí empezó todo. A ver, ese día había ido a recoger la liquidación. Había terminado la obra y de momento, no había tajo. El encargado me había prometido contar conmigo para la nueva promoción de viviendas en Alcorcón. Y yo no había dado saltos de alegría, precisamente. El buen hombre se hacía cruces con mi reacción, no entendía que no aceptara el trabajo. “¡Si no tienes otra cosa, hombre!”, me gritaba. A Alcorcón, ya ves tú. Entonces, vivíamos en la otra punta de Madrid y sólo contábamos con dos autobuses para acercarnos al centro. Uno que te dejaba en la Plaza de Castilla y otro en Cuatro Caminos. ¿Y cómo demonios  iba a ir todos los días a trabajar hasta Alcorcón? Y lo peor no era ir sino volver. Y hacerme falta, falta … Teníamos lo de mi mujer. Lo de las cañas de pescar. ¿No te acuerdas de la maquinita aquella que teníamos en el comedor? ¿Ni de las varillas de fibra de vidrio que había por toda la casa? ¿Ni de las anillas? La cara de satisfacción de mi mujer cuando hacía una gavilla con aquellos juncos sintéticos con sus anillas incorporadas era inenarrable. “¡Ya nos queda menos para la entrada del piso!” y miraba hacia el cielo –hacia el techo, para ser más precisos- con los ojos entornados como si ya viera la puerta de la entrada.

En el camino de vuelta, y a mi pesar, seguía pensando en el tajo de Alcorcón. La culpa era del encargado. Es que hay gente que te quiere organizar la vida … Cuando llegué al barrio, con la liquidación calentita en el bolsillo, me dirigí a una cafetería que había abierto hacia muy poco y que ya le hacía sombra a la bodega de toda la vida. Era otra cosa. El vino servido de la botella y en una copa, jamón bueno y unas gambitas … Dicho y hecho. Entré en la cafetería, pedí mi vino y mis gambas y me acodé en la barra, en un rincón estratégico desde dónde podía ver la carretera. Al poco, empezaron a pasar los motoristas, coches oficiales y a continuación el Rolls Royce que conducía al Generalísimo hasta el Santiago Bernabeu, para presenciar la final y entregar el trofeo.

El General Franco a bordo del Rolls-Royce Phantom IV (Foto: Debates.coche.net)

Y me entró la quemazón. Como le había dicho al encargado, lo que yo necesitaba era un coche para ir a trabajar a Alcorcón. Había aprendido a conducir en la mili y conducía bien que conste. Y rápido. Me lo decía mi sargento, ¡Chaval, vas a quemar la junta de la culata! Un coche, pero no un utilitario de los que se vanagloriaban sus propietarios, que eran como un zapato con ruedas  … Quería un coche con empaque, que corriera, un señor coche con el que pudiera llegar a Alcorcón y a París, si fuera necesario. Ya en casa y mientras los demás se entusiasmaban con el partido de marras, con el aletargamiento que me produjo el vino, me dediqué a imaginarme conduciendo por una carretera de la Costa Azul, como Cary Grant en la película esa de Hitchcock. Al día siguiente, con la liquidación todavía en el bolsillo de la americana, me compré unas guantes de piel para conducir. Para cuando tuviera el coche …

Simca Ariane Wikipedia
Simca Ariane (Foto: Wikipedia)
Lata Colacao Todocoleccion.net
Lata Colacao (Foto: www.todocoleccion.net)

Y pasó el verano. Mi mujer siguió con sus cañas. “Pajitas para el nido”, decía mi suegra, mientras me miraba de soslayo con sus ojillos de rata. Y un día de septiembre me llamó el encargado. Y cuando me dijo que tenía una cosa para mí, pensé en el tajo de Alcorcón. Pero no era eso. Su cuñado, que se había venido de Francia, vendía un Simca Ariane que se había traido. “Te va como anillo al dedo”, me decía. ¿Y de dónde sacaba el dinero? Tanto pensar en el coche, había olvidado lo principal: cómo pagarlo. ¡Tate! “Las pajitas para el nido” iban a ser para el coche. Mi mujer guardaba el dinero debajo de la cama -¡Para que hubiera pasado cualquier cosa!- en una lata de Cola Cao con unos dibujos de chinos que a su vez estaba metida dentro de una maleta negra. Había suficiente para el coche. No lo pensé dos veces. Era para mi trabajo y el trabajo del marido es el primordial.

Helios
Frasco fruta en almíbar Casa Helios (Foto: www.todocoleccion.net)

 

Mi Mari, que era un poco urraca, tenía guardado un frasco vacío de frutas en almíbar de la marca Helios, de esos que te regalaban en Navidad y que tenía un tapón con forma de águila. Mientras arreglábamos los papeles, el coche estaba guardado en el garaje de su dueño. Así que una tarde me encaminé hacia allí, provisto del tapón, de unas herramientas y de cola de pegar. Y listo.

Al cabo de unos días, pude llevarme el coche definitivamente. Aparqué el coche delante de casa. Subí y le dije a mi mujer. ¡Chata, baja, que te voy a enseñar el Rolls-Royce que nos hemos comprado!

The_first_Rolls-Royce_Phantom_IV Reina Isabel
El primer Rolls-Royce Phantom IV con la reina Isabel II de Inglaterra a bordo (Foto: Wikipedia)
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