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La familia Bragg: un Premio Nobel compartido

La familia Bragg

No es habitual que dos miembros de una misma familia compartan Premio Nobel. En el caso de la familia Bragg esto fue posible gracias al genio de sus componentes (padre e hijo). Desde Cincuentopía glosamos sus figuras científicas y recordamos cómo lo lograron.

Comencemos por el padre, William Henry Bragg (1862-1942). Físico de formación, muy pronto mostró interés por el estudio de la radiactividad. Profesor en las universidades de Adelaida y Londres, sus investigaciones culminan con la construcción del primer espectómetro de rayos X, campo en el que era considerado una eminencia de máximo nivel.

Y vayamos ahora al hijo, William Lawrence Bragg (1890-1971), también físico y también profesor (en su caso en Manchester y Cambridge). En estrecha colaboración con su padre en un primer momento y ya en solitario a partir de los años cuarenta, desarrolló una intensa actividad en la investigación sobre todo tipo de fenómenos relativos a la radiactividad. Además de enunciar la ley que lleva su nombre sobre la reflexión de los rayos X, formuló una teoría de las radiaciones, estudió las aleaciones y desarrolló la conocida como teoría de la transición orden-desorden en los cristales.

En 1915 la familia Bragg alcanza la gloria: William Henry y William Lawrence obtienen de manera compartida el Premio Nobel de Física por el análisis de las estructuras cristalinas mediante rayos X.

Como consecuencia de ello, ambos recibieron múltiples reconocimientos durante el transcurso de las siguientes décadas. William Henry Bragg logró el título de sir en 1920, fue elegido presidente de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia y de la Royal Society e incluso se puso su nombre a un cráter de la Luna. William Lawrence Bragg, quien se convirtió en la segunda persona más joven en ganar un Nobel, obtuvo el reconocimiento como sir en 1941 y recibió la Medalla Hughes concedida por la Royal Society.

Sus líneas de experimentación resultan claves para comprender buena parte de los avances de la física de la segunda mitad del siglo XX. Queda en la memoria colectiva su legado y su recuerdo.

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«Dejadme aprovechar -escribió- el afecto que todavía hay en mí, para contar los aspectos de una vida atribulada y sin reposo, en la que la infelicidad acaso no se debió a los acontecimientos por todos conocidos sino a los secretos pesares que sólo Dios conoce».

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