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La ruta de don Quijote, de Azorín

La ruta de don Quijote de Azorín

Reseñar La ruta de don Quijote de Azorín es constatar un fracaso colectivo: el de la totalidad de la sociedad española en relación con la cultura en general y con la lectura en particular. Lamento comenzar de manera tan negativa pero es lo que me pide el cuerpo.

Se cumplen cincuenta años del fallecimiento de Azorín (seudónimo con el que José Martínez Ruiz firmó una parte notable de su producción), uno de los más ilustres representantes de la historia de la literatura española del siglo XX. El suceso ocurrió el 2 de marzo de 1967. ¿Dónde están los fastos debidos a tan egregio escritor, en qué lugar se ha conmemorado con el pertinente respeto la efeméride, quién ha publicado algo de interés y enjundia (no una mera referencia de compromiso) relativo a la cuestión? Si acaso el diario Abc, del que fue asiduo colaborador, y poco más.

El análisis de La ruta de don Quijote tiene mucho de reivindicación de la figura y obra de Azorín, más allá de la indudable e innegable calidad del escritor nacido en Alicante en 1873. No estaría de más recordar el discurso de ingreso de Mario Vargas Llosa en la Real Academia Española de la Lengua, titulado “Las discretas ficciones de Azorín”, cuyo enlace pongo a disposición de los seguidores de Cincuentopía.

Azorín constituye el único eslabón que une la Generación del 98 con los cincuentópicos. Por motivos evidentes, jamás conocimos en vida a Baroja, Benavente, Blasco Ibáñez, Ganivet, Machado, Maeztu, Unamuno, Valle Inclán, Villaespesa… (la excepción pudiera ser Menéndez Pidal aunque en su caso no hablamos tanto de un creador como de un filólogo). Por el contrario algunos de nosotros sí tenemos, entre nuestros recuerdos más remotos, los de un anciano enjuto de carnes, cuyo rostro ya parecía una máscara en vida, al que de vez en cuando se podía ver en la televisión y cuyo fallecimiento fue profusamente glosado en los medios de comunicación de aquella época.

La ruta de don Quijote constituye una de las obras más brillantes de Azorín, escrita cuando el autor apenas superaba los treinta años de edad. Su origen está en un encargo realizado por José Ortega Munilla, director de El Imparcial, dentro de los distintos eventos de conmemoración del tercer centenario de la aparición de la primera parte del Quijote. A lo largo de tres semanas, José Martínez Ruiz seguiría los pasos del ingenioso hidalgo y publicaría sus crónicas en el periódico. Con posterioridad, el conjunto de escritos fue reunido ya en forma de libro

Con un estilo y una actitud plenamente periodísticos, Azorín va tras las huellas de don Quijote de la Mancha aunque no tanto en el plano físico del término sino más bien en lo que atañe a la proyección moral del caballero de la Triste Figura, un aspecto que le costó unas cuantas incomprensiones con buena parte de los componentes de la redacción del periódico que le había hecho el encargo.

Azorín sigue los pasos del Quijote o, como él lo llama, los de Alonso Quijano el Bueno, y recorre localidades como Argamasilla, Puerto Lápice, Ruidera, Criptana o El Toboso y visita lugares emblemáticos de la novela de Cervantes como la cueva de Montesinos o los molinos de viento.

Y es bien cierto que tras la lectura del libro no estamos en mejores condiciones de discernir cuál fue la verdadera epopeya de Alonso Quijano pero sí de comprender qué es lo que estaba sucediendo en la España rural de comienzos del siglo XX. Porque ahí radica el gran genio de Azorín, no siempre fácil de percibir, comprender y valorar. Con un estilo en apariencia suave, en el que los personajes que aparecen son tratados con extrema cortesía y respeto, el escritor va dejando caer frases cuya contundencia es de tal naturaleza que explican a las claras una realidad en absoluto amable.

Vayan algunos ejemplos de los temas tratados y de las frases que los cincelan: el estancamiento del agro español se subraya con apenas cuatro palabras, “Todo está en reposo”; la preferencia de lo imaginario sobre lo real se despacha con un sutil “¡Llévese usted a Cervantes; lléveselo usted en buena hora; pero déjenos usted a D. Quijote!”;  la falta de vigor de la intelectualidad del país se pone en evidencia en un simple “¡Psch, los académicos!”; la mala reputación de los periodistas se concreta con un “Ya, ya; este señor es de los que ponen las cosas en leyenda”; o la decadencia de la sociedad rural se sintetiza con “Las casas que se hunden no tornan a ser edificadas; los moradores emigran a los pueblos cercanos; las viejas familias de los hidalgos –enlazadas con uniones consanguíneas desde hace dos o tres generaciones- acaban ahora sin descendencia”.

Y junto a todo ello Azorín nos muestra, siempre de manera tranquila y sin perder la compostura, las absurdas cuitas localistas o micronacionalismos, la falta de instrucción que propicia el engaño y el abuso sobre los campesinos, las obras públicas que se comienzan y de manera indefectible se dejan a medio terminar, el pésimo estado de los medios de transporte…

Es un placer volver a encontrarnos con palabras que han caído en un alarmante desuso: algazara, alfayate, bermejo, cabildeo, columbrar, hornija, jamba, vetusto… Y es también gozoso para el lector enfrentarse ante su manera de adjetivar, minuciosa, precisa, con esa singular cadencia tan azoriniana ante la que nos encontramos en muchas ocasiones en los textos del realismo sucio estadounidense de tres cuartos de siglo después.

Por supuesto la figura literaria de Azorín es tan compleja que resulta por completo imposible su revisión a través de una sola obra, incluso una del nivel de La ruta de don Quijote. El paso del escritor libertario (traductor y defensor de los textos de Kropotkin, entre otras cosas) al intelectual conservador de comienzos del siglo XX o al dócil escritor ante el régimen franquista es de tal envergadura que haría falta un análisis más pormenorizado para comprenderlo en toda su extensión.

En cualquier caso, si la lectura de La ruta de don Quijote abre las puertas a un mejor conocimiento de la producción literaria de Azorín, daré por bien invertida la presente reseña.

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Azorín. La ruta de don Quijote. Cátedra.

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[author] [author_image timthumb=’on’]https://cincuentopia.com/wp-content/uploads/2014/02/david-parra.jpeg[/author_image] [author_info]David Parra

Especialista en nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones aplicadas al ámbito del periodismo. Ha publicado alrededor de diez libros y más de treinta artículos en revistas científicas. Le gusta leer. [/author_info] [/author]

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No hay comentarios

  • Es cierto que, aunque no tuviéramos ni idea de nada interesante culturalmente en aquella España de cincuentópicos de mis entrañas, era todo un acontecimiento ver en la televisión a un representante -el único vivo- de la mítica Generación del 98. Todo un hito que entendíamos que no agradaba al régimen por la desafección de la mayoría de los miembros de aquel grupo y su cierto halo de antifranquismo. Sobrecogedor para mí verlo como sobrecogedora era la distancia que creía que me separaba de aquella generación, y con una guerra de por medio. La cincuetopía te hace darte cuenta de que estábamos más cerca de Azorín cuando éramos pequeños que estamos ahora de nuestra infancia. Un saludo y gracias por recuperar a Azorín. Coincido en lo vergonzante del panorama cultural industrial y general que no reconoce públicamente, no invierte ni un céntimo, lo que no es rentable comercialmente.

    Responder
    • David Parra Valcarce
      julio 5, 2017 2:36 pm

      Estimado SAM:
      Muchas gracias por su comentario. Hay poco que añadir dado lo completo de la reflexión. Más allá de consideraciones ideológicas y temporales, desde luego el trato hacia la cultura no ha sido la mayor virtud política de las últimas décadas. Es lastimoso pero no deja de ser cierto.
      Un saludo muy cordial
      David Parra

      Responder
  • José Ángel Hurtado
    julio 7, 2019 10:54 pm

    Yo nací en 1959…me tocó estudiar literatura en el FRANQUISMO.
    Sin conocimientos políticos ni píldoras familiares al respecto y eso en mi querida Vizcaya
    no era lo normal.
    Si recuerdo como sin ninguna discriminación patria se estudiaban los A.Machado,Lorca,
    Unamuno,vamos todos,pero en mis recuerdos permanece incólume y bajo el cariñoso trato
    de el profesor Don Zabala aquellos hoy proscritos Pemán,Maeztu o el gran Azorín que encabezaban las lecciones de literatura con algún resumen de obras suyas.
    Con los años y diligentes lecturas ahondé y comprendí la importancia de todos.
    Pero hete aquí que la sucia indigencia de una política corrompida nos marca su dictado
    cultural y discriminatorio con algunos.Lo de Azorín,no tiene nombre,y te doy toda la razón.
    Gracias.

    Responder
    • David Parra Valcarce
      noviembre 28, 2019 10:21 pm

      Estimado José Ángel:
      Muchas gracias por tu comentario y mis disculpas por el retraso en la respuesta. Es una lástima el olvido en que está sumido este autor cuya precisión técnica y belleza de estilo son, a mi juicio, sumamente remarcables. En cualquier caso la mejor manera para superar la situación es leerlo y releerlo. Azorín nunca falla.
      Un saludo muy cordial
      David Parra

      Responder

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