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Susana y la real gana (tercera parte)

El relato Susana y la real gana (primera parte)

Susana y la real ganaRelato Susana y la real gana (tercera parte)

A la hora de la comida, se corrió la voz de que aquella noche habría libertad de horarios y que, en consecuencia y como despedida final, Sor Benita no pondría objeciones en que las jóvenes acudieran a una discoteca cercana y que se acostaran más tarde de lo habitual, pues el avión partía pasado el mediodía, y al fin y al cabo, aquella bendita monja era un pedazo de pan perfectamente amasable pese a su dura corteza. Aquello, que una semana antes habría sido acogido con total indiferencia por Susana, revolucionó sus apetencias y se imaginó, súbita y reiteradamente, en los brazos de Fran bailando alguna lenta que podría pasar a ser su canción. De inmediato corrió a comentárselo, y de inmediato también, su breve euforia llegó a su fin, ya que el muchacho, con gesto contrito, le comunicó que los responsables de su colegio no compartían la laxitud de Sor Benita y que nadie podía regresar después de las once de la noche a sus habitaciones.

Desconsolada dignamente, Susana decidió que no saldría aquella noche y animó a su amiga Visi para que sí lo hiciera (tú no tienes por qué recluirte conmigo). Ésta objetó desinterés, pero acabó doblegándose a los bienintencionados deseos de su amiga, quien ya se consolaba pensando que en la cena y a la mañana siguiente, antes de partir, tendría de nuevo la oportunidad de ver a Fran.

Susana y la real ganaTras la cena, Susana charló un rato con Fran quien se retiró pronto alegando cansancio y luego paseó por la piscina desierta, aspirando el olor de una noche con aroma de sal y perfumes indiscretos de adolescentes. Cuando subió a la habitación su amiga Visi ya estaba arreglada, descartadas sus casi perennes gafas y luciendo un vestido negro que apenas si mostraba ya que lo cubría con una blusa blanca abotonada casi hasta el cuello. Susana le sonrió dulcemente, besó con ternura su mejilla y le deseó que se lo pasara bien.

Cuando apenas había transcurrido una hora desde la marcha de Visi, Susana sintió repentinamente la necesidad de escapar de aquella habitación, de respirar fuera de esas cuatro paredes y de disfrutar de una noche de libertad que no sabía cuándo podría repetir. Se arregló en pocos minutos y se embutió en su vestido amarillo, aquel que pensó que no utilizaría. Se miró al espejo como nunca lo había hecho, y por primera vez, quizás, se vio guapa. Y realmente lo era aunque nunca hubiese querido saberlo. Le sorprendió su cabello rubio suelto, deslizándose sobre los hombros bien torneados, su cintura frágil y elegante, y aquellas piernas largas que se descubrían merced a la cortedad de aquel vestido que parecía hecho para ella.

Cuando salió de nuevo a la calle, se envolvió de nuevo en la fragancia nocturna y se sintió más viva que nunca. Un joven rubicundo con el que se cruzó la miró sin recato y le dijo algo en inglés que no pudo entender pero que sí pudo intuir e ignorar, encaminándose aún más fortalecida hacia la discoteca en la que estaban todas sus compañeras, dispuesta a bailar y mostrarse hasta el agotamiento.

El local le pareció agradable. Una luz tamizada en las mesas y en los reservados de los fondos donde varias parejas desfogaban parcialmente sus anhelos, mientras que en la pista diversos efectos lumínicos acompañaban los movimientos acompasados, generalmente, de muchos jóvenes entre los que reconoció a varias compañeras a las que se sumó con agrado, mostrando unas dotes para el baile que prácticamente jamás había ejercitado. Después de unos quince minutos de intenso sometimiento al imperio del ritmo discotequero, Susana decidió descansar al menos unos minutos con la intención de reemprender aquella suerte de liberación algo más tarde. Se acercó a la barra y pidió con resolución lo mismo que tomaba su compañera Merche justo a su lado y que resultó ser un vodka con lima. No le desagradó aquella mezcla de recio alcohol con ese dulzor algo ácido, si bien pensó para sí que si había otra consumición después, sería de un refresco de naranja. Había cambiado, pero no tanto. Paseó sus ojos por el local, sonriendo con la energía que le había deparado su nueva actitud y la adrenalina de su baile trepidante. De pronto le llamó la atención una de las parejas que se magreaba con notable desparpajo en un sofá arrinconado y parapetado en la sombra. Ese mismo déficit de luz descartó en un principio su impresión inicial, pues por un momento aquel chico le había recordado a Fran. No obstante decidió acercarse un poco porque la duda, muy a su pesar, le seguía acechando.

Desafortunadamente no había errado. Aquel joven ataviado con un pantalón negro y una camisa azul celeste era ¿su? Fran. Una ola de indignación le atravesó de arriba abajo, y una gota de sudor frío paseó burlonamente por su espalda, acentuando su sensación de escalofrío. Su primer impulso fue salir a la calle, respirar a consuelo y a mar, para después olvidarse de aquello y de aquel, pero no lo hizo. Y no lo hizo porque acababa de reconocer a la chica sobre la que paseaba sus labios (y probablemente su lengua) aquel muchacho que horas antes le había parecido un perfecto caballero. Le costó trabajo porque Visi se había soltado, al igual que ella, el pelo y apenas dejaba ver su cara, otrora insulsa. Se había despojado de su blusa blanca, y se contoneaba insinuante entre los brazos de Fran mostrando un generosísimo escote que ante la presencia de ¿su amiga? se había guardado de ocultar. Sus generosos pechos se bamboleaban ante las acometidas de su joven y ardiente pareja, y Susana escuchó perfectamente en la pausa entre canción y canción su risa sofocada erizada de pequeños agudos, que no prodigaba en demasía.

Ahora sí, Susana emprendió con energía su camino. Pero éste no conducía a la salida sino a la mesa en que tanta pasión afloraba. Se situó junto a ellos, sin bien no repararon en absoluto en su presencia porque andaban enfrascados en pleno beso de tornillo y nada veían ya que lo ejecutaban con los ojos cerrados y las manos abiertas palpando cuanto era posible. Susana, muy cerca, chistó por dos veces con brevedad pero firmeza, llamando su atención. Intrigados cesaron en el intercambio generoso de fluidos, y Fran levantó su cabeza al tiempo que abría sus ojos. Para entonces la joven de amarillo ya había levantado su mano derecha describiendo un arco perfecto por encima de su hombro, y antes de que el hasta entonces feliz besador pudiera ser consciente de lo que se le venía encima, su brazo descendió a toda velocidad, impactando su mano sobre la mejilla bien rasurada del perfecto caballero. La bofetada fue sencillamente majestuosa. Para consuelo del agredido, apenas nadie reparó en el incidente, ya que sonaba con desmedido ímpetu en aquel momento una rítmica canción de los Bee Gees y la gente danzaba enloquecida en pleno éxtasis. Susana no dijo nada. Miró a ambos con infinito desprecio y para sorpresa de la aturdida pareja, se dio la vuelta y comenzó a bailar sin freno y con amplia sonrisa, de tal manera que fueron Fran y Visi los que se sintieron compelidos a buscar precipitadamente la salida.

Susana y la real ganaApenas la vio, Manolita supo que su hija por fin había despertado, de tal manera que en lo sucesivo en lugar de animarla a ser ella misma, tuvo que normalizar su papel materno viéndose obligada en más de una ocasión a refrenar los ímpetus de Susana. La separación de su amiga no resultó traumática, pues ambas cursaron el COU en diferentes Institutos, y sólo en alguna ocasión se cruzaron por la calle cuidándose Visi de cambiarse de acera y de no mirarle a los ojos. Susana no le guardaba rencor alguno, y con el paso del tiempo el incidente llegó a inspirarle una cierta ternura, sobre todo cuando se enteró años después de que Fran había salido del armario y vivía con un ex sargento de la Legión, quien siempre le aguardaba paciente a la salida del espectáculo en el que trabajaba travestido el perfecto caballero. Nunca sabría si aquella magnífica bofetada fue clave para que el joven se decidiera a aceptarse como era y se dejara de experiencias para enmascarar su decantada querencia sexual.

También pudo resultar trascendente aquella experiencia para Visi, pues diez años más tarde, jubilada Sor Benita, era ella, convertida en Sor Visitación, la que acompañaba a sus pupilas a los viajes de fin de curso.

En cuanto a Susana, hoy está felizmente casada, tiene tres hijos guapos y discretos, y regenta con singular acierto una cadena de droguerías de la que fue promotora y “alma mater” ante el paterno asombro. Y es que como dice Manolita, “la vida es una tómbola”.

FIN

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