La temporada pasada fui invitado por el Colegio Mayor Ximénez de Cisneros de Madrid a dar una pequeña charla-recital en la inauguración de su ciclo Soirées Musicales Cisneros. Con esta actividad los colegiales que animan su Sociedad de Música Clásica y me encargaron moderar un distendido y divulgativo coloquio sobre Albéniz y Granados. Arte diabólica es, pensé torciendo el mostacho, ya que en mi repertorio oficial de pianista a tiempo completo nunca figuró el gran Isaac Albéniz; sí, por el contrario, había interpretado algunas piezas de Granados, llegando incluso a acompañar a una violinista en su famosa Sonata.
La primera idea que viene a la cabeza cuando se habla de Albéniz y Granados es que son autores para repertorios distintos, en lo que a dificultad técnica se refiere. Mientras Albéniz es considerado compositor para pianistas virtuosos, repertorio A, Granados se sitúa habitualmente en un nivel más asequible, repertorio B. Pues esto no deja de ser ‘leyenda urbana’ y no es cierto… del todo… ya que podemos encontrar grandes pasajes virtuosísticos en Goyescas de Granados o piezas menos exigentes técnicamente en diversas obras de Albéniz.
Todo ello, evidentemente, desde el punto de vista de un estudiante de piano. A un concertista curtido no se le debe escapar técnicamente ninguna posibilidad. Las exigencias artístico musicales de cada autor ya son otra cosa. La sensibilidad y la musicalidad, en el fraseo o en la conducción e interpretación de la melodía y el carácter de la propia música, son siempre problemas complejos independientemente de la técnica. Pero no es menos cierto que a un estudiante de piano le costará siempre más abordar una Suite Iberia que las 12 Danzas españolas.
Lo mismo ocurre con Chopin y Liszt, por ejemplo, las Mazurkas o los Valses del polaco parecen pecata minuta frente a los de Estudios de Ejecución Trascendental o los endiablados pasajes de los Años de peregrinaje del húngaro. Aunque yo creo que en ambos casos estamos hablando de repertorio A. Por otra parte, recuerdo que así como una de las primeras piezas que acercan a un incipiente pianista a la literatura más romántica podría ser algún vals de Chopin, como el nº3 La menor, Op.34/1, o el nº 10 Sib mayor, Op. 69/2, una de las primeras obras con carácter español que se aborda en el repertorio es la Danza nº 5 Andaluza de Granados. Aunque siempre estaban también preparadas para incipientes solistas las Consolations de Liszt o los Rumores de la Caleta, de Recuerdos de Viaje, Op. 71 de Albéniz.
La segunda reflexión al hilo de aquella charla-recital tenía que ver con la universalidad de la música clásica española. Me preguntaba, y preguntaba al auditorio, hasta dónde llega el conocimiento de esta música en el resto del mundo. Es indudable que para cualquier músico profesional es de obligado conocimiento el repertorio español, sin embargo, nuestros autores más conocidos no se encuentran demasiado arriba en el ranking de las obras más interpretadas en las salas de concierto internacionales. Tampoco es especialmente visitado por los grandes pianistas internacionalmente reconocidos en sus programas de concierto. En ese ranking en que figuran Manuel de Falla, más por su obra sinfónica que pianística, que también podríamos poner como técnicamente nada sencilla, o el maestro Rodrigo, por su única obra más internacionalmente conocida recordando una hermosa ciudad del sur de Madrid.
No recuerdo grandes grabaciones o interpretaciones de música española por artistas extranjeros. Salvo raras excepciones no tengo en la memoria a los Horowitz, Pollini, Brendel o qué se yo cuántos otros con Goyescas o Iberias de referencia. No, no me digan ahora que tengo que escuchar tal o cual grabación de tal o cual pianista. Quitando a Arthur Rubinstein y su especial relación con nuestra cultura (yo diría que su universal relación con todas las culturas) las versiones de los pianistas reconocidos internacionalmente dejan bastante frío, incluida la de Barenboim y no digamos ya la, para mí, heladora versión de Lang Lang. Aunque sí tengo una excepción, las impagable sensibilidad de Arturo Benedetti Michelangeli, este sí que subyugaba.
Cuando buscamos referencias dicográfica de Albéniz y Granados acabamos siempre en Alicia de Larrocha, Rafael Orozco, Rosa Sabater o Esteban Sánchez. En la actualidad podemos disfrutar también con Perianes, Rosa Torres, José Menor o Andreu Riera. Se me escapan infinidad de pianistas, pero la nómina no me dejaría espacio para escribir más, valgan los citados a modo de ejemplo. En esta reflexión se contiene otra y es respecto a la necesidad de ser español para interpretar esta música. No necesariamente, igual que no es necesario ser austriaco para hacer Mozart, alemán para tocar Beethoven, polaco o húngaro para hacer Chopin o Liszt o italiano para cantar Verdi o Puccini. Pero no es menos cierto que el carácter de esta música tiene un qué se yo, que parece abordarse con más facilidad habiendo crecido en la península ibérica y habiendo mamado sus costumbres.
Así las cosas es inaudito pensar que todas esas obras son víctimas de la época en que están creadas. Hay que tener en cuenta dos cuestiones, un marco cronológico y otro cultural. Dentro del marco cronológico la música de ambos se enmarca en las corrientes del cambio de siglo, época muy convulsa artísticamente y aunque ambos son herederos del final del Romanticismo también vivieron influenciados por la escuela impresionista, Albéniz, y modernista, Granados, pero a ambos se les reconoce claramente su influencia francesa. También pueden figurar, en alguna medida, como compositores nacionalistas al igual que en las numerosas corrientes europeas de la época.
Ahí es donde entra precisamente la referencia al marco cultural. Aunque sólo sea por los títulos de las piezas que componían (España, Iberia, Goyescas, Pepita Jiménez, Catalonia, Rapsodia Cubana, Chants d’Espagne, Capricho español, A la cubana y etcétera, etcétera, etcétera) se respira nacionalismo. Se recogen ritmos y melodías propias del folclore nacional, imitación de la guitarra y la jota, y la forma de ser, giros y matices en definitiva que recuerdan la idiosincrasia española, si es que se puede definir así.
Tiene que ver también con la música programática de la época, esa música en la que se describe una historia o un paisaje, aunque si atendemos al criterio stravinskiano la música no tiene esa capacidad ya que es la más abstracta de las artes. De esta forma durante el coloquio propuse un experimento: sin saber hasta dónde llegaba el conocimiento del repertorio de mi audiencia interpreté a modo de ejemplo el inicio de varias piezas para saber qué evocaban en el público.
Empecé por Granada y Sevilla, de la Suite Española de Albéniz, para pasar a la nº 2 Oriental, de las 12 Danzas españolas de Granados. Ciertamente suena a español, porque son melodías que están bien arraigadas en la memoria colectiva, pero aunque para la Oriental supieron situarla en la cultura árabe, por esa cadencia tan morisca que tiene, para las dos ciudades andaluzas, nadie supo acertar con la localización. Menos posible hubiera sido si toco Lavapiés, de la Suite Iberia, o la Valenciana de las 12 Danzas.
Para finalizar y después de un animado intercambio de interpretaciones al piano de algunas otras obras de los protagonistas, con una colegial estudiante de Matemáticas tocando Mallorca de Albéniz y otra interpretando Asturias, de la Suite Iberia, terminamos la charla recordando el final de ambos compositores. Aparte de la trágica y, por qué no, romántica muerte de Granados ahogado en el Canal de la Mancha por el hundimiento del Sussex, que fue torpedeado durante la Primera Guerra Mundial, me quedé con la imagen de Albéniz en su cama, aquejado de una nefritis que acabaría con él, cuando visitado por su amigo Enrique le pidió que tocará algo al piano y Granados improvisó partes de la obra que estaba componiendo por entonces, además de una obra de su amigo Isaac “Mallorca”, ¿casualidad?. Durante su enfermedad, entre otras obras sin concluir, Albéniz escribía la que sería su última obra para piano “Azulejos”. Su viuda, Rosina, pidió a Enrique que finalizara dicha obra antes de darla al mundo, y así lo hizo.
La serie de entradas dedicadas a la música clásica escritas por Santiago Martínez Arias se compone de:
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El sobrenombre define bien a Santiago Martínez Arias. Como cualquier personaje de extraña biografía profesional es difícil seguir su pista vital. Tiene altos estudios musicales internacionales y ello se evidencia rápidamente en su conversación. Inevitablemente también se comprueba que es experto en seguridad y defensa y doctor en relaciones internacionales, jefe de prensa editorial, profesor universitario, además de tener un pasado, lejano ya, como corresponsal de ‘El Independiente’ en Europa oriental. Más parece que sea un agente, y aunque su pasado pianístico fuera glorioso, sólo quedan los restos del naufragio. Ha representado a Stingray CLASSICA. [/author_info] [/author]