Ahora que se aproximan las fiestas navideñas, se nos agolpan en la memoria los recuerdos de banquetes, tanto reales como de ficción. Cuando pienso en cine y gastronomía, mi referente por excelencia es El festín de Babette, la adaptación cinematográfica de la novela del mismo nombre escrita por Isak Dinesen que realizó el danés Gabriel Axel y que fue Óscar a la mejor película extranjera de 1988 y obtuvo un premio BAFTA a la mejor película de habla no inglesa. Se da la circunstancia de que presentó el primer proyecto de la película en 1973, pero no pudo rodarla hasta una década después.
El argumento de El festín de Babette es el siguiente. En 1871, durante una noche de tormenta, Babette, la exquisita jefa de cocina del lujoso restaurante Café Anglais de París, llega a Berlevaag, una solitaria aldea de Dinamarca, ubicada en la desolada costa oeste de Jutlandia, huyendo del horror y la represión de la Comuna de París y después de haber perdido a su marido y a su hijo. Ocultando su origen, se emplea como criada y cocinera en la casa de dos hermanas solteras, hijas de un estricto pastor luterano – sus nombres, Martine y Philippa, hacen referencia a Martín Lutero y Philip Melanchton-, cuya rigurosa práctica de la religión las ha llevado a rehúsar cualquier atisbo de disfrute, incluyendo la renuncia al amor. La presencia de Babette en la cotidianeidad de estas mujeres, con su animosa actitud y su dedicación solícita y desinteresada, irá cambiando de forma sencilla y casi imperceptible tanto su vida como la de la pequeña comunidad. Así vive aletargada durante 14 años hasta que, cuando recibe la comunicación de que ha ganado 10.000 francos a la lotería, decide gastarlo íntegramente en una auténtica cena francesa con motivo del centenario del difunto padre y pastor, en lo que supone un verdadero acto de entrega total a través del don divino que le ha sido concedido, cocinar de manera excelsa.
El menú que diseña Babette consiste en una sopa de tortuga acompañada por un vino de Madeira; caviar y blinis Demidoff, regados por un champaña Veuve Clicquot de 1860; codornices rellenas de trufa negra reposadas en sarcófago (volován con salsa del vino Clos Vougeot cosecha de 1845); ensalada de endivias, nueces y lechuga con vinagreta francesa; una selección de quesos franceses –entre ellos, roquefort y camembert-; frutas frescas: higos, dátiles, uvas y piña; tarta de cerezas, frutas confitadas y licor; y café molido para la ocasión acompañado de un Vieux Marc Fine Champagne.
Las hermanas desconfían de las intenciones de Babette -temen que no regrese-, teniendo en cuanta que ésta debe viajar a París para adquirir los ingredientes de la egregia cena. Desconfianza que va un aumento cuando Babette retorna a la aldea y manifiesta su deseo de no volver a residir en París. Los preparativos, que adquieren el rango de una ceremonia religiosa, tienen soliviantados a la comunidad. Los agasajados tienen miedo a aceptar la invitación por temor a transgredir la ley divina a través del placer de comer y beber, ello unido a que las hermanas prohíben a los invitados a la cena pronunciarse sobre el menú. Finalmente, el menú termina siendo la delicia de los asistentes y la cena termina convirtiéndose en una experiencia cuasi “mística” que permite a los comensales reconciliarse consigo mismos y con los deseos que anidaban en su corazón y que han venido reprimiendo durante toda su vida. Han recibido la gracia de Dios “a través de los fogones”, como intuye el general Lorens, un antiguo pretendiente de una de las hermanas, cuando tiene ante sí su propio pasado, la visita que realizó en su juventud al lujoso restaurante parisino donde trabajaba Babette como chef y la oportunidad que le ofrece la vida de volver a experimentar una vez más tal delectación.
Con motivo de los 25 años del estreno del “El festín de Babette”, se celebró en la 60ª edición del Festival de Cine de San Sebastián un pase con la presencia Stéphane Audran, la actriz protagonista, que esta vez de la mano del cocinero vasco Mikel Santamaría pudo probar los exquisitos platos que preparó para el banquete de ficción.
Los míticos multicines Chaplin de Palma de Mallorca, ya desaparecidos, también realizaron un pase de ´cine gastronómico´ con motivo del estreno de El festín de Babette en la que se invitó a críticos gastronómicos a una cena idéntica a la ofrecida en la película dirigida por Gabriel Axel. Uno de sus propietarios, Joan Olives fue un gran cocinero además de amante del séptimo arte.
Durante el mes de agosto del presente año, el Museo Artium, en colaboración con el restaurante Cube, ofreció una programación en el que se unían el cine y la cocina internacional. Para acompañar el pase de El festín de Babette, la cocina del Cube preparó para ese día: «Creppes de jamón y queso con bechamel suave».
Esta Nochevieja el Hotel Ritz de Madrid, ofrecerá una reinterpretación del menú servido en El festín de Babette. La sopa de tortuga será sustituida por un consomé en gelée de langosta gallega. Se añaden unos lomos de lubina sobre ensalada de endivias, queso azul y nueces. Eso sí, los vinos que se servirán son españoles. Sólo queda degustarlo.