Con El balcón en invierno Luis Landero nos ofrece su libro más personal hasta la fecha. Trata de las casi siete décadas de existencia que lo contemplan y también de la vida de sus ancestros (desde la actual generación de sus hermanas y primos hasta remontarse en el tiempo a sus bisabuelos).
Los ejemplos sobre literatura autobiográfica son tan abundantes que casi cabría hablar de un género merecedor de tal calificativo. Algunas autobiografías son abrumadoras tanto por la magnitud del personaje como por su capacidad narrativa (Julio César, François-René de Chateaubriand y Winston Churchill son referencias inevitables); en otras predomina un tono de desgarro vital que nos angustia sobremanera (cómo no conmoverse con las trilogías de Primo Levi (Si esto es un hombre, La tregua, Los hundido y los salvados) y Frank McCourt (Las cenizas de Ángela, Lo es, El profesor) o con El mundo de ayer de Stefan Zweig, entre otras muchas); y luego están las de naturaleza íntima, en las que el autor nos ofrece una perspectiva marcadamente intrahistórica (Mark Twain y su Autobiografía o Gabriel García Márquez con Vivir para contarla pusieron el listón a un nivel muy alto).
Luis Landero (1948) ha optado por esta última faceta en El balcón en invierno, un planteamiento en apariencia más modesto pero que en modo alguno va en detrimento de la calidad del libro. El escritor apuesta por una mezcla de la reivindicación de la citada intrahistoria con la nostálgica reflexión sobre el transcurso del tiempo y la explicación de cómo fue su proceso particular de aproximación a la literatura y de aprehensión del conocimiento a través de los libros, tal y como formula de manera explícita: “En los libros leídos está la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de nuestro aprendizaje estético y de nuestra evolución vital, los vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y que luego, tras ser devastados por el tiempo, con los materiales de sus ruinas construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso y secreto de nuestro bagaje cultural”.
Landero entró por la puerta grande en la escena literaria hace más de 25 años con Juegos de la edad tardía, una magnífica novela por la que obtuvo, entre otros, el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura. A mi juicio en sus siguientes obras de ficción (Caballeros de fortuna, El mágico aprendiz, El guitarrista, Hoy Júpiter, Retrato de un hombre inmaduro), todas ellas también publicadas en Tusquets, no llegó a alcanzar esos extremos de excelencia: cada una de ellas comenzaba bien pero… en un determinado momento parecía como si el autor se impacientara, se aburriera o se viera ante un callejón sin salida y el texto poco a poco perdía en tensión narrativa. Y he de reconocer que, como consecuencia de ello, dejé de leer su último texto, Absolución, con la creencia de que ese pozo novelístico se había secado.
Estaba equivocado; lo asumo y me disculpo por mi descreimiento. El balcón en invierno nos devuelve al mejor Luis Landero y culmina y cierra el círculo de lo apuntado en Juegos de la edad tardía. Si en ese libro se reflexionaba sobre la monotonía de la vida y se subrayaba su aspecto más negativo (el tedio) y la posibilidad de cambiarla de manera tan brusca como inesperada, ahora se constata que dicha monotonía no es necesariamente un valor nocivo, que puede incluso resultar reconfortante en según qué ocasiones y condiciones aunque, eso sí, su inmutabilidad sobrepasa el deseo del individuo.
Luis Landero muestra su tradicional solvencia a la hora de descubrirnos un extenso elenco de vocablos muy poco empleados (si es que no se encuentran directamente ya en vía de extinción), circunstancia que contribuye a que el lector transite por una senda poco frecuentada pero no por ello menos agradable.
El balcón en invierno es un libro honesto y de una lectura engañosamente fácil. Muy posiblemente su completo disfrute requiera haber cumplido ya una cierta edad para identificarse con el variado repertorio de temas propuestos. Porque el autor nos mira con fijeza a la cara, se sitúa muy próximo a nosotros y comienza a susurrarnos acerca de esos asuntos que más preocupan a los seres humanos, allá donde se encuentren: los sueños (que tienen más de castillos en el aire que de reales aspiraciones) que nunca se cumplieron; los últimos adioses que, por imponderables de la vida, jamás pudimos dar a determinados familiares y amigos; la contemplación de la realidad como una especie de torrente irrefrenable que nos sobrepasa conforme se van acumulando los años.
Y como contrapunto Landero pone su granito de arena para explicar una parte de la historia de España de estos últimos cien años: las misérrimas condiciones del campo a comienzos del siglo XX; el estupor ante la guerra civil; el miedo acumulado durante décadas de una posguerra interminable; la huida desde los pueblos a las ciudades con la esperanza de una vida mejor y la cruel constatación de que la alienación social y vital constituye también un fenómeno urbano.
Por todo ello El balcón en invierno es un libro muy recomendable. Luis Landero demuestra que lo ameno no tiene por qué ir reñido con la capacidad para suscitar la reflexión. Solo queda esperar que el aroma de despedida que parece emanar de algunas de sus páginas no llegue a concretarse. Porque novelistas como él siguen siendo necesarios para quienes amamos la literatura en toda su extensión.
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Luis Landero. El balcón en invierno. Tusquets. Barcelona, 2014.
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