El jugador es una de las obras más curiosas del escritor ruso, no solo por su temática sino también por el origen que motivó su escritura. Gran apasionado de la ruleta y los casinos, entre otras muchas curiosidades, Dostoyevski se vio obligado a escribir El jugador para poder pagar las deudas de juego que había contraído. Publicada en 1867, esta novela corta que no llega a las 300 páginas, fue escrita en menos de un mes por el genio ruso para evitar así que su editor se quedase con los derechos de las obras que escribiese durante los nueve años siguientes.
Como decíamos, no solo el origen de la obra es llamativo sino también su temática, sobre todo porque aún no siendo una novela biográfica, podemos encontrar en ella parte de la esencia del escritor ruso. Por una parte, la ferviente pasión del protagonista de la obra por el juego es un claro reflejo del mismo entusiasmo que sentía el escritor por la ruleta en la realidad. Por otra, el amor que nace también en el protagonista por Polina Aleksandrovna es el mismo que sintió Dostoyevski por Apollinaria Prokófyevna Súslova.
Como es habitual en las obras literarias de Dostoyevski, El jugador está narrada en primera persona y cuenta con todas las características del realismo ruso, del que el escritor fue uno de los máximos exponentes. Destaca, pues, un análisis minucioso de los escenarios y el mundo que rodea a los personajes, cuyos esbozos psicológicos nos permiten conocer lo que ocurre en lo más profundo de su ser.
En El jugador nos presenta a Aleksei Ivanovich, un hombre que trabaja como preceptor de un general ruso de clase alta venido a menos. Es a este general y a parte de los suyos, entre los que se encuentra su hija Polina Aleksandrovna, a quienes Aleksei acompaña durante su viaje a Europa. El grupo parará en la ciudad alemana de Roulettenburg (título original de la obra), que se presenta como una de las grandes capitales del juego. En ella, y ante la imposibilidad de controlar sus propias emociones, Aleksei Ivanovich busca refugio en las mesas de ruleta, en las que calma con dinero los remordimientos de unos problemas que no sabe siquiera cómo comenzar a gestionar.
Más allá de una trama simple, derivada de la corta extensión de la obra pero narrada con ejemplar maestría, El jugador es una novela que ahonda de manera brillante en la psicología del propio ser humano. Aleksei Ivanovich es un títere de sí mismo, un hombre que se deja controlar por arrebatos irracionales, por impulsos y decisiones tomadas en el momento sin reflexionar. «Si pudiera dominarme durante una hora, sería capaz de cambiar mi destino», esto lo que piensa el protagonista cuando pone rumbo a uno de los casinos de la ciudad para desquitarse en las mesas de ruleta del continuo rechazo amoroso que sufre por parte de Polina.
Frágil y atormentado, Aleksei Ivanovich es el reflejo de muchos hombres que aún teniendo bondad en su interior, no son capaces de sacarla a la luz. De nuevo Dostoyevski nos muestra a un personaje con nobles intenciones pero cuya debilidad lo aleja de la humanidad. El escritor busca mostrar el caos al que el «alma rusa» está condenada. De hecho, la obra también ahonda en las diferencias culturales y cómo éstas marcan el destino de sus protagonistas. Así, los personajes rusos viven por encima de sus posibilidades, son ruines y arrogantes, crueles incluso (como es el caso de Polina con su indiferencia hacia el amor que Aleksei siente por ella) mientras que otros personajes de diferente nacionalidad, como el inglés Sr. Astley, son presentados como seres generosos. De hecho, es precisamente este personaje quien al final de la novela le proporciona dinero a Aleksei de manera desinteresada para que intente reconducir su vida.
Con todo, Dostoyevski no juzga a sus personajes, sino que los entiende. Para el escritor, las clases sociales son imposibles de cambiar y el destino de cada individuo viene marcado por los acontecimientos, sin que existan grandes opciones de influir en ellos con nuestras acciones.
En definitiva, El jugador es una novela que nos hará reflexionar sobre la propia condición del ser humano, ¿está nuestro futuro escrito o podemos cambiar el rumbo de nuestra historia con nuestros actos? ¿Dominamos nuestras emociones o son ellas las que actúan por nosotros?
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«Dejadme aprovechar -escribió- el afecto que todavía hay en mí, para contar los aspectos de una vida atribulada y sin reposo, en la que la infelicidad acaso no se debió a los acontecimientos por todos conocidos sino a los secretos pesares que sólo Dios conoce».
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