Son tantos los males acumulados a lo largo de la historia del ser humano que sería muy difícil establecer un ranking de los lugares más desgraciados del mundo (por supuesto hablamos desde el punto de vista de la inmensa mayoría de sus habitantes, es decir, los pobres, puesto que lo de los ricos es harina de otro costal).
¿Somme? ¿Hiroshima? ¿Tsaritsyn/Stanlingrado/Volgogrado? ¿África de cabo a rabo? ¿India? El listado se extendería casi hasta el infinito. De manera paradójica, algunos de estos rincones esconden una belleza subyugadora, como si quisieran hacernos olvidar el formidable acervo de desdicha sedimentado durante el transcurso de los siglos.
La actual Gdansk, llamada Danzig hasta el año 1945, podría ser (muy a su pesar) una digna candidata a sitio más desgraciado del planeta Tierra. Su ubicación estratégica (a caballo entre Alemania y Rusia y con un corredor de acceso privilegiado al mar Báltico) ha supuesto para sus ciudadanos toda clase de desventuras.
Sus calles fueron el cruel y sistemático escenario de conflictos protagonizados por la Liga Hanseática (donde se integró en el siglo XIV), Polonia (a la que perteneció desde el siglo XV), Prusia (a la que se incorporó a finales del XVIII) o Suecia. Luego también sufrió el paso de las tropas francesas de Napoléon y el del ejército alemán de Guillemo II.
El 1 de septiembre de 1939 fue el lugar donde se inició la Segunda Guerra Mundial: con la ocupación de los nazis la ciudad vivió una gradual destrucción que se culminó en 1945, momento en que se produce su ocupación por el ejército de la Unión Soviética quien arrasa buena parte de lo que todavía permanecía en pie. Se expulsa (por todos los medios coercitivos imaginables) a 120.000 habitantes de nacionalidad alemana; se cambia su denominación a Gdansk, así como todos los nombres alemanes de sus calles y edificios; y se integra en Polonia.
De una parte significativa de sus calles y edificios originales nos quedan tan sólo fotografías. No obstante, un paseo por su reconstruido casco antiguo muestra que en ocasiones la belleza es capaz de superar el horror: el Museo Nacional, el Teatro Dada von Bzdülöw, sus acogedoras tabernas y pensiones, el parque de Oliwa y sus conciertos al aire libre durante el verano, el Camino Real junto al río Motlawa, la Iglesia de la Santísima Virgen María (el mayor templo de ladrillo de Europa), el Faro en el Puerto Nuevo (construido a semejanza del que existe en Cleveland)…
Vista del casco antiguo de Gdansk (foto de hhesterr)Como si se tratara de una especie de compensación histórica a tanta tragedia, en la ciudad ha nacido un número de ilustres personalidades que se situaría muy por encima de lo que le correspondería en términos meramente estadísticos. Entre estos ciudadanos mundialmente conocidos se encuentran el filósofo Arthur Schopenhauer (cuya visión radicalmente pesimista del mundo sin duda encontró aquí un extraordinario caldo de cultivo), el escritor Günther Grass, el sindicalista y político Lech Walesa, el físico Daniel Gabriel Fahreinheit o el pintor Johann Carl Schultz.
Gdansk: testigo de la capacidad de barbarie y, también, de la capacidad para generar belleza del ser humano. Así discurre hoy la vida por sus calles.