No es casual la elección del escultor José Álvarez Cubero para volver a recorrer, una vez más, las salas del Museo del Prado. Porque es verdad que, tal y como ha apuntado algún seguidor de Cincuentopía, hace tiempo que no nos damos un garbeo por la pinacoteca madrileña; y porque el género escultórico apenas ha sido tratado en nuestros frecuentes paseos por este templo del arte.
En ocasiones se critica al Museo del Prado la escasa presencia de esculturas en sus salas, la sensación de servir de elemento de mero relleno entre el formidable esplendor de sus magníficas pinturas, la poca sistematización de la obra expuesta. Pero acaso sean juicios un tanto apresurados, que no tienen en cuenta la incapacidad de contener en un recinto grande pero limitado tal cantidad de obras de arte.
Pero escultura en el Museo del Prado la hay (más de mil piezas en propiedad); y de la buena de verdad. José Álvarez Cubero es un magnífico ejemplo de ello. Vayamos a la sala número 75 y enfrentémonos ante las dotes artísticas de este excelente escultor.
José Álvarez Cubero (1768-1827) es un notable representante del neoclasicismo escultórico español, quizá el más brillante de su generación si es que esta clase de comparaciones tiene algún sentido en el mundo de la creación artística. Forma parte del primer grupo de escultores españoles pensionados en Roma por el rey Carlos IV y llegó a alcanzar el rango de escultor de cámara de su hijo Fernando VII. Fue en esa ciudad donde perfeccionó su técnica, se abrió a una amplia variedad de contenidos temáticos y alcanzó una maestría que queda puesta de relieve en el conjunto de su obra.
Hasta tal punto fue reconocida su actividad que su efigie fue una de las 16 seleccionadas para figurar como medallones de bajorrelieve en la fachada del Museo del Prado, en compañía de los arquitectos Pedro Pérez (conocido como Petrus Petri), Ventura Rodríguez, Juan de Herrera, Juan de Toledo y Pedro Machuca, los pintores Juan de Juanes, Claudio Coello, Bartolomé Murillo, Diego Velázquez, Francisco Zurbarán y José de Ribera, y los escultores Alonso Cano, Alonso Berruguete, Gaspar Becerra y Gregorio Fernández. ¡Casi nada!
Referirnos a José Álvarez Cubero es aludir al magistral escultor italiano Antonio Canova (1757-1822). De hecho, en determinados ámbitos se le llegó a denominar «el Canova español». Antonio Canova fue una poderosa influencia para toda una generación de escultores de Europa no sólo por su calidad artística sino por su afable personalidad, siempre presta a orientar a los discípulos más jóvenes en busca de su sabio consejo.
Las esculturas de José Álvarez Cubero están repartidas a lo largo de toda la sala 75 del Museo del Prado. Por esos azares del destino y de la planificación museística conviven en apacible compañía con los cuadros de pintores españoles como el gran Vicente López, José Ribelles, Juan Antonio de Ribera, Luis López Piquer, José de Madrazo, Bernardo López, Rafael Tegeo o los internacionales Gottlieb Christian Schick, Merry-Joseph Blondel o François-Xavier Fabre.
Nos aproximamos a sus esculturas en mármol con calma, sin seguir un orden establecido, acercándonos a unas y otras y volviéndonos a alejar. ¡Qué goce estético tan profundo nos produce su contemplación! Y también nos ocasiona cierta sorpresa, todo hay que decirlo, la escasa atención que provoca sobre el constante flujo de visitantes, tal vez un tanto saturados ya de arte si comenzaron el recorrido del museo por estricto orden numérico de sus salas o si decidieron centrar su atención en algunos de los clásicos referentes que todo turista parece tener en mente: Velázquez, Goya, El Greco, Rubens, El Bosco, Van Dyck, Tiziano…
«Apolino», «Diana cazadora», «Joven con un cisne» o los respectivos bustos del rey «Fernando VII» o del compositor italiano «Gioacchino Rossini» nos cautivan desde un primer momento. En todas y cada una de las piezas se aprecia la categoría artística de José Álvarez Cubero, su extraordinaria capacidad expresiva, su delicadeza en el cincelado de los torsos y extremidades, su prodigioso dominio del oficio, en definitiva.
Vamos de una a otra, las observamos desde diferentes ángulos, de vez en cuando advertimos algún detalle que nos había pasado desapercibido en la ojeada anterior: una mano que cae exánime, una rodilla de increíble trazado, una condecoración que sorprende por el realismo con que es representada, unas simpáticas patillas a la moda…
Dejamos para el final la excepcional «María Isabel de Braganza», encargada por Fernando VII como homenaje a su difunta esposa y entregada un año después del fallecimiento del escultor, a falta de algunos detalles para su completa finalización. Nos impresiona la delicadeza en el tratamiento del mármol en todos y cada uno de sus detalles: los sutiles pliegues de la indumentaria, la austeridad formal en el tratamiento del idealizado rostro, la formidable composición del conjunto en su totalidad…
No recogemos aquí, por no localizarse en la sala 75, otras obras de José Álvarez Cubero que también son propiedad del Museo del Prado. Pero queden aquí sus nombres: «La defensa de Zaragoza» ( expuesta en el vestíbulo), «María Luisa de Parma sedente» (actualmente en depósito en la Real Casa del Labrador de Aranjuez), «Morfeo o Amor dormido» o el «Busto del duque de Frías».
José Álvarez Cubero comparte sala con otros escultores que también merece la pena conocer. Entre ellas están su coetáneo y también becado en Roma, Ramón Barba, Antonio Solá o José Ginés, que aunque no estudió fuera de España asimiló la misma estética a través de la obra de sus contemporáneos. Y luego también llaman nuestra atención algunas aportaciones sorprendentes, como el excelente «Hermes» procedente del taller del danés Bertel Thorwaldsen, la delicada «Amor y Psiquis» del taller del sueco Johan Tobias Sergel (en realidad una versión reducida de la obra que se conserva en el Museo Nacional de Estocolmo), la «Hebe» de Adamo Tadolini durante tantos años atribuida a Antonio Canova o el conjunto «Venus y Marte» del taller del propio Canova (reproducción de un original que hoy en día se encuentra en el Palacio de Buckingham de Londres).
Salimos deslumbrados y conmovidos por la belleza de lo que hemos tenido ocasión de ver. Y no nos queda otra que recomendar a todos los seguidores de Cincuentopía a quienes les sea posible acudir al Museo del Prado que se pasen por la sala 75 y que admiren, siquiera durante unos minutos, el arte de José Álvarez Cubero.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://cincuentopia.com/wp-content/uploads/2015/06/logo-google-.jpg[/author_image] [author_info]Cincuentopía«Dejadme aprovechar -escribió- el afecto que todavía hay en mí, para contar los aspectos de una vida atribulada y sin reposo, en la que la infelicidad acaso no se debió a los acontecimientos por todos conocidos sino a los secretos pesares que sólo Dios conoce».
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