José Joaquín de Mora, La muerte del impío
José Joaquín de Mora
«¿Qué espera el que ultrajando
la ley que lleva en la razón escrita,
con designio nefando,
por la senda maldita,
desbocado en su error se precipita?
¿Puede el protervo halago
de la suerte, cubrir de aleves rosas
el funeral estrago
que hicieron sanguinosas
sus manos contra el justo poderosas?
Y la nube de incienso
que ante su trono quema la falsía
¿acallará el intenso
dolor que noche y día
la calma turba a la conciencia impía?
Dóciles a su acento
llegarán los placeres, y afanosos,
suave aturdimiento
deleites amorosos,
verterán en banquetes abundosos.
De sus pérfidos lazos
víctima infausta la doncella pura,
pierde en sus torpes brazos
la flor de la hermosura,
tornando su solaz en desventura.
Mas ¡ah! que fría y lenta
la dolencia mortífera aletarga
su vigor, y atormenta
con turbación amarga
su recuerdo, y la voz hiela y embarga.
Y entonces el sendero
que le ofreciera sonriendo el vicio,
desgarrado el ligero
velo de hado propicio,
es a sus ojos hondo precipicio.
De donde se levanta
grito amenazador del que oprimiera
con orgullosa planta,
cuando en pompa altanera
creyó que el mundo su dominio fuera.
Volver quiere los ojos
que las visiones tétricas oprimen;
mas do quier los despojos
que fueran de su crimen
mira que ansiosos por venganza gimen.
Y el eco de venganza
a sus oídos retumbando llega;
la dulce confianza
su bálsamo le niega,
y en despecho sacrílego lo anega.
Feroce desvarío
su mente agita en el dolor extremo
con porvenir sombrío,
y del labio blasfemo
despide execración contra el Supremo.
En convulsión penosa
luchan sus miembros: su mirada gira
turbada, vagarosa;
del pecho se retira
calor vital, y maldiciendo espira.»
José Joaquín de Mora. Poesías. Nabu Press.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://cincuentopia.com/wp-content/uploads/2015/06/logo-google-.jpg[/author_image] [author_info]Cincuentopía«Dejadme aprovechar -escribió- el afecto que todavía hay en mí, para contar los aspectos de una vida atribulada y sin reposo, en la que la infelicidad acaso no se debió a los acontecimientos por todos conocidos sino a los secretos pesares que sólo Dios conoce».
[/author_info] [/author]