Con La república de los sueños, el libro de Nélida Piñon, ocurre una cuestión bastante curiosa: la escritora lo publicó en 1984, se tradujo al castellano en 1991 (el ya desaparecido grupo colombiano Editorial Norma) pero no llegó al mercado español hasta 1999; y han transcurrido casi tres décadas hasta que se ha presentado en lengua castellana la nueva versión de la obra.
Una posible explicación es que a lo largo de estos treinta años son muchas las circunstancias que han cambiado para Nélida Piñon (1937): en 1984 apenas era conocida más allá de Brasil, su país de origen, pese a que ya contaba con una trayectoria de dos décadas a sus espaldas; por el contrario hoy sus libros han sido traducidos a más de veinte idiomas y se acumulan los galardones que reconocen su talento (incluidos el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo y el Premio Internacional Menéndez Pelayo), lo que la convierte en una autora potencialmente más atractiva para el mercado editorial.
Buena parte de los conocedores de su producción consideran que La república de los sueños constituye la cima de la obra de Nélida Piñon. Es posible que sea así por lo que su lectura resulta una excelente forma para acercarse a su particular universo creativo acumulado a lo largo de medio siglo de trabajo, máxime si tenemos en cuenta el hipotético componente autobiográfico de la novela (al igual que sus personajes, ella también es hija de la emigración española).
Conviene subrayar que no estamos ante un libro apto para lectores impacientes, que demanden las principales claves de un texto a las primeras de cambio. Todo lo contrario, su extenso contenido (más de 750 páginas) se va desvelando muy a poco a poco, con extrema morosidad, como si se tratara de una inmensa cebolla cuyas capas es menester ir retirando una tras otra. La indudable técnica de Nélida Piñon permite que el lector imagine o crea adivinar cosas pero no tenga certezas sobre el resultado final de la novela hasta sus últimos momentos.
Nélida Piñon adopta el papel de narradora omnisciente (sutilmente mezclado con el narrador en primera persona) para relatarnos una historia compleja, tanto en su organización como en su estructura discursiva. La obra discurre a lo largo de tres planos que se entrecruzan de manera constante, aunque cada uno de ellos tenga su propia consistencia literaria: la historia durante casi setenta años de la familia encabezada por Madruga y Eulalia; la particular inserción de Galicia en el conjunto del Estado español; y la gestación del Brasil como paradigma de la América vital frente a la anquilosada Europa.
De especial interés resultan estos dos últimos aspectos. Es magnífica la recreación histórico-fantástica que trata de explicar, desde muy particulares puntos de vista, la relación entre Galicia con los restantes territorios que conforman el Estado español. Personajes como Prisciliano o Gelmírez, fenómenos atmosféricos como la lluvia o la niebla, seres mitológicos, meigas… conforman y sustentan un escenario que sirve para que la autora aluda a la dominación ejercida por Castilla, a la desconfianza propia de Cataluña o a la indiferencia percibida en Andalucía.
No menos interesante es el relato del devenir del Brasil: desde sus orígenes cuasi míticos (el celebérrimo desembarco de Cabral en Porto Seguro e incluso alusiones al siempre añorado rey Sebastián de Portugal) hasta desembocar en el convulso siglo XX (en sus primeras ocho décadas) de las dos guerras mundiales, la construcción de Brasilia o personalidades como Janio, Juscelino… y, sobre todo, el omnipresente Getúlio Vargas. Nélida Piñon describe con maestría un ambiente pleno de calor, olores, sonidos y una exacerbada sensualidad (inevitable el recuerdo de la gran Gabriela, clavo y canela de Jorge Amado).
Más floja (por su irregularidad) es la faceta referida a las vicisitudes acaecidas a la familia encabezada por Madruga y Eulalia. Junto a momentos de máxima inspiración (sin duda la larga marcha hacia la muerte de la esposa o su especial relación con la criada Odete) hallamos otros en los que los personajes parecen perder identidad y difuminarse hasta convertirse en figuras acartonadas, meros fantoches o estereotipos que distraen más que aportan (tal hecho se percibe de manera ostensible en las relaciones de amor/odio que tienen lugar entre los hermanos Esperanza, Miguel, Bento, Antonia o Tobías).
Comentaba al principio que La república de los sueños se asemeja a una gigantesca cebolla: al final de las capas que el lector va quitando lo que queda del libro de Nélida Piñon son sensaciones tan universales como el desarraigo vital de los emigrantes, siempre en tierra de nadie, o la angustia del ser humano al tener que enfrentarse en solitario ante la muerte. Ahí la novela es sólida, vigorosa, más que notable.
Y un último apunte: ignoro si el desaguisado procede del traductor (Elkin Obregón Sanín), de la empresa responsable de la última edición (Alfaguara) o de la que se ha encargado de la adaptación que he consultado para la realización de esta reseña (Círculo de Lectores) pero el libro contiene unas cuantas faltas de ortografía (acentos que se omiten o que se colocan indebidamente, verbos irregulares mal conjugados, expresiones que chirrían); y también se acumulan los errores en el uso de los blancos que facilitan la transición entre diferentes pasajes narrativos. Me parece que se trata tanto de una afrenta a la autora como de una notable falta de respeto a los lectores.
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Nélida Piñon. La república de los sueños. Alfaguara.
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David Parra
Especialista en nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones aplicadas al ámbito del periodismo. Ha publicado alrededor de diez libros y más de treinta artículos en revistas científicas. Le gusta leer. [/author_info] [/author]