La serie Mirar un cuadro de Cincuentopía se enriquece con el análisis de La boda, el cuadro pintado por Marc Chagall que para algunos analistas marca un antes y un después en su trayectoria.
La obra forma parte de las muchas bodas que Marc Chagall (1887-1985) pintó a lo largo de su dilatada carrera (una obsesión que jamás terminó de estar clara si bien es cierto que el artista se casó en tres ocasiones). No existe completa unanimidad a la hora de datar su fecha exacta pero sí sabemos con seguridad que se realizó entre 1910 y 1912, una obra de juventud pero no por ello exenta de maestría.
Por aquel entonces se encuentra en plena ebullición: personal (se traslada de su pequeño estudio alquilado en Montparnasse a La colmena, un enorme edificio compartido subdividido en 140 pequeños estudios donde se alojaban infinidad de artistas con escaso poder económico que acudían a la capital y que también servía como centro cultural); y artística (entra en contacto con la obra de Coubert, Delacroix, Van Gogh, Cezanne y Gauguin, entre otros referentes).
Chagall pinta La boda de memoria, tratando de captar cómo era un enlace de estas características en su Vitebsk (actual Bielorrusia) natal de la que se había marchado años atrás para recibir su formación artística. Y es cierto que una casi indeleble nostalgia parece trascender a lo que contemplan nuestros ojos.
Resulta difícil determinar qué nos llama más la atención de la obra: la singular paleta cromática, la audacia en el planteamiento geométrico de las diferentes figuras que conforman la pintura (sin duda la influencia de Delauney bien presente), la sutileza con que pergeña las relaciones que se establecen entre los diversos personajes de la efeméride, la superposición de planos compositivos…
¿Qué estará pensando en ese instante la pareja de novios que se mira a los ojos, qué pasará por la imaginación de los músicos de la parte derecha y del aguador de la izquierda, cómo se sentirán los invitados a la celebración? Que cada quien cavile, divague y se deleite con su interpretación y con sus ensoñaciones.
En cualquier caso nos hallamos ante Chagall con todas sus consecuencias: ese particularísimo universo conceptual y creativo, esa vitalidad desbordante que absorbe al espectador, esa sorprendente mezcla de algazara y melancolía, esa veta lírica que le mereció ser llamado «poeta con alas de pintor» por parte de Henry Miller…
Otras obras que conforman la serie Mirar un cuadro de Cincuentopía son:
- Bar del Folies-Bèrgere de Èdouard Manet
- La tempestad de Giorgione
- Sagrada familia del pajarito de Bartolomé Murillo
- La esclusa de John Constable
- Descargadores de Arlés de Van Gogh
- Vieja friendo huevos de Velázquez
- La clase de danza de Degas
- La primavera de Botticelli
- Lady Agnew of Lochnaw de Sargent
- La Lamentación de Anton Van Dyck
- Gente al sol de Edward Hopper
- Autorretrato tirándose de la mejilla de Schiele
- La batalla de Trafalgar de Turner
«Dejadme aprovechar -escribió- el afecto que todavía hay en mí, para contar los aspectos de una vida atribulada y sin reposo, en la que la infelicidad acaso no se debió a los acontecimientos por todos conocidos sino a los secretos pesares que sólo Dios conoce».
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