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Niveles de vida, de Julian Barnes

Niveles de vida, de Julian Barnes

Niveles de vida es una atroz reflexión que Julian Barnes realiza tras cumplirse cinco años del fallecimiento de su esposa, Pat Kavanagh. El empleo del calificativo “atroz” no tiene que ver con la calidad del texto (excelente) sino con el drama que exuda a lo largo de sus páginas.

A la hora de reseñar un libro siempre se plantea la enojosa cuestión: ¿qué es más relevante, lo que nos relata el autor o la manera en que lo hace? Expresado con otras (tópicas) palabras: ¿juzgamos la obra con la cabeza o con el corazón?

Esta disyuntiva se plantea con particular virulencia en el caso de Niveles de vida porque el relato de Julian Barnes alcanza, en apenas 140 páginas, tales cimas de tristeza y amargura que puede llegar a obstruir la capacidad de discernimiento del lector.

Nadie duda de que Julian Barnes (1946) es uno de los más brillantes escritores británicos de estos últimos treinta años. Su variada obra (novelas, relatos, ensayos, memorias e incluso novelas policiacas publicadas bajo el seudónimo Dan Kavanagh) aúna la elegancia estilística con la audacia formal, (casi siempre) barnizada con una pátina de sutil ironía.

Casi siempre. Pero no en este libro. Porque Niveles de vida va sobre la muerte en el sentido más negro de la palabra: la de la persona más allegada y querida, la que implica la más terrible aflicción, la que resulta imposible de redimir sea mediante el consuelo de la religión o bajo el manto de la resignación. Así de terrible es el tema. Como escribe el propio autor: “Porque toda historia de amor es una potencial historia de aflicción”.

Existe una significativa corriente dentro del pensamiento occidental que subraya que la búsqueda de la verdad y el gusto por la reflexión suelen conducir a la infelicidad. Eurípides en Andrómeda (“Es más grata la vida si no se piensa en nada”) Cicerón en Tusculanas (“La ignorancia es un flojo remedio de los males”), San Agustín en Confesiones (“Los simples y los ignorantes se elevan y alcanzan el cielo; y nosotros, con todo nuestro saber, nos hundimos en los abismos infernales”) y tantos otros más nos avisan con claridad de que es mejor olvidarnos del pasado y renunciar a aprehender la sabiduría si no deseamos ser sepultados por la pena.

Resulta evidente que Julian Barnes no les ha hecho caso alguno. El escritor británico lleva a cabo un durísimo ajuste de cuentas vital y procede a diseccionar sus sentimientos, a estrujar sus emociones, a destilar su dolor hasta quedarse seco. En suma, trata de buscar con intensidad la verdad, de comprender esa “naturaleza madrastra” a la que aludían Platón, Plinio, Erasmo, Rabelais, Montaigne… y es, a la vista está, terriblemente desgraciado.

Niveles de vida nos conmueve hasta el tuétano porque la muerte (con su indefectible carga de aflicción y duelo), por más que queramos apartarla de nuestra mente, es omnipresente. Antes o después a todos nos afecta; antes o después a todos nos llega.

La reflexión de Julian Barnes se amplía a cuestiones como la relación entre dolor y placer (más en la línea de Diógenes Laercio que en la de Platón cuando en Fedón alude a la mañana en que Sócrates va a morir), el suicidio, la sensación de cólera frente a un universo que prosigue impasible su devenir, la consideración sobre el libre albedrío, el sentimiento de vacío ante la incapacidad de creer en la existencia de Dios…

Es verdad que Niveles de vida consta de dos episodios más (anteriores al referido a la viudez del autor titulado “La pérdida de profundidad”): “El pecado de la altura”, donde se narran las peripecias de los pioneros de los globos aerostáticos, y “En lo llano”, un breve paso por los amoríos del militar Fred Burnaby con la actriz Sarah Bernhardt. En cualquier caso ambos no son sino un mero caparazón formal (sumamente logrado, eso sí) que envuelve el auténtico meollo del libro.

Niveles de vida es un texto no apto para todos los públicos; ni por el tema que trata ni por la manera de abordarlo. En todo momento se tiene la (desagradable) sensación de que para comprenderlo en toda su dramática extensión sea preciso haber pasado por una experiencia similar, cuestión que contribuye a incrementar los ya de por sí elevados niveles de congoja ante la lectura de sus páginas. Quienes se atrevan a superar este desafío encontrarán un texto de una profundidad y una sinceridad que resultan sobrecogedoras.

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Julian Barnes. Niveles de vida. Anagrama.

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Tags: DESTACADOS, LEER

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