Los años setenta fueron los de los primeros conciertos a los que asistí en Madrid. La vida cultural se recuperaba un poco más rápidamente con el desarrollismo, y el Teatro Real ya era sede de la Orquesta Nacional de España. La Orquesta de la Radio Televisión Española en sus primeros años ocupaba un auditorio peculiar, el Palacio de Exposiciones y Congresos (no a la inversa, debido al problemático acrónimo resultante, PCE) en la todavía Avenida del Generalísimo, que los madrileños conocemos entre otras cosas por el impresionante mural de su fachada principal, y que estaba también muy cerca la sede para los ensayos, en el auditorio FAE, Fomento de las Artes Españolas.
Conciertos memorables para algunos de los cuales, sobre todo los del Teatro Real, había que hacer las famosas colas nocturnas para conseguir entradas. Se pasaba la noche al raso hasta que abrían la taquilla y se salía de allí con sueño, pero con el ansiado papel en el bolsillo. Uno de aquellos fue el de Arthur Rubinstein en Madrid. Por aquellos años setenta ofreció dos conciertos memorables, un recital repleto de Chopin y otro concierto con orquesta, al que tuve el privilegio de asistir, y en el que reinó el “Emperador” de Beethoven. Cómo no, el bis fue la Polonesa “Heroica” de Chopin (la podéis escuchar desde este enlace de YouTube).
Desde aquel día soñé en numerosas ocasiones que era yo quien aparecía entre aquellas doradas paredes del Real como solista elegido para la gloria por Beethoven. Asistir a aquel concierto de Rubinstein era como haber estado en Woodstock. En general los conciertos del Real tenían su propia liturgia, Metro Ópera, donde en ocasiones coincidía con algunos músicos delatados por las pajaritas blancas del preceptivo frac de etiqueta nocturna, descansos para contemplar los escasos cuadros que adornaban los pasillos y el foyer, sobre todo con planos de la reconstrucción del teatro, etiqueta también obligatoria –corbata- para los espectadores masculinos del patio de butacas, comentarios interesantes en los prepalcos, reflexión: el público también ha cambiado mucho ¿para mal, es menos experto? Aquella ocasión sin embargo fue muy singular, aunque no un hecho aislado ya que don Arturo ya había pasado por España en otras ocasiones, y contaba con la amistad del universal Pablo Picasso, y como lo atestigua, además, el volumen de sus memorias My Many Years, donde le vemos en uno de sus primeros viajes a España fotografiado junto a Pastora Imperio y Manuel de Falla.
Otro de aquellos primeros conciertos que abonó mi biografía pianística fue el de abono de la RTVE en el Palacio de Congresos con el pianista pacense Esteban Sánchez. Segundo de Liszt, bajo la batuta del ruso Yuri Ahronovitch y en la segunda parte “Sinfonía Fausto” también de Liszt, demasiado densa para mis infantiles oídos. No sé si Liszt o Sánchez, pero algo o alguien hizo que la inquietud invadiera mi alma musical. Pensé que nunca podría llegar a tocar el piano así… Quizás podría dirigir… Mi hermano Alfonso, compañía inseparable en aquellos primeros momentos musicales, me llevó a ver a los artistas al terminar el concierto, y el de Leningrado me impresionó casi más que el propio húngaro diabólico, y me dedicó un personalísimo: “Fur San-Jago”.
En la liturgia de espectador también figuraba la lectura de los programas de mano con fruición y absorbía de ellos toda la información posible. Sánchez, nacido en Orellana (Badajoz) en 1934, estudia la Escuela Normal de Música de París, hace cursos con ¡Alfred Cortot!, Academia de Santa Cecilia de Roma. Ahronovitch, Leningrado 1932, estudia con Kurt Sanderling, fue director de la Orquesta de la Radiotelevisión de la Unión Soviética y más tarde emigró a Israel. Cada uno de estos datos abría mi imaginario no sólo musical y me hacía pensar en largos e intensos viajes, con aquellos nombres y paisajes míticos alimentados tan sólo por la imaginación construida gracias a la letra impresa.
Además de Liszt y el Segundo Programa de Radio Nacional, hoy Radio Clásica, nacida el mismo año que la orquesta (1965), a ambos personajes les unía en aquel camerino un singular aspecto físico heredero directo del Romanticismo y cierto “dandismo” impreso en la indumentaria de sus inmaculados fracs también preceptivos, romántica herencia diecinuevesca que representaba de forma inigualable y como punto culminante Arthur Rubinstein. Años más tarde, cuando se descubrió la placa que conmemoraba el paso del pianista romántico por Madrid, en el actual Museo Thyssen, comprendí cuál era la verdadera razón del pianismo de Esteban Sánchez y en el Doctor Faustus de Mann encontré a un claro sucesor de Liszt.
Anteriores relatos de Santiago Martínez Arias:
Pianista frustrado: Plan de 1966
El sobrenombre define bien a Santiago Martínez Arias. Como cualquier personaje de extraña biografía profesional es difícil seguir su pista vital. Tiene altos estudios musicales internacionales y ello se evidencia rápidamente en su conversación. Inevitablemente también se comprueba que es experto en seguridad y defensa y doctor en relaciones internacionales, jefe de prensa editorial, profesor universitario, además de tener un pasado, lejano ya, como corresponsal de ‘El Independiente’ en Europa oriental. Más parece que sea un agente, y aunque su pasado pianístico fuera glorioso, sólo quedan los restos del naufragio. En la actualidad representa a Stingray CLASSICA. [/author_info] [/author]
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A eshte señor, Santiago Martínez, le eshtamos eshperando en Esbordia, para que nos deleite con sus hishtorias muhsicales, ya que su preshtigio de melón a mano, ha llegado a nuestro mona el arco, Jo Lím VIIII, y deshea que le shilve la décimo cuarta shinfonía Mannuele Eleshcobar. ¿Shera poshible exshceksho Martínez?