Pianista frustrado y el piano CD 318. Nuevas aventuras y desventuras de pianista frustrado para todos los seguidores de Cincuentopía. Como siempre, de la mano de Santiago Martínez Arias.
Era una mañana típica de finales de otoño, de un indeterminado año de la década de los ochenta, y tres operarios vestidos con ropa de trabajo oscura entraron en el Eaton por una de sus puertas laterales, en la College Street. El que lideraba el grupo, con una bata también oscura, sacó un papel del bolsillo y desdoblándolo se lo mostró al guardia de seguridad preguntando “Where is the piano?”. Sin hacer demasiadas preguntas, y echando un vistazo al papel, el guardia contestó: “7th floor, on the elevator”.
Era la primera vez en Toronto y tampoco manejaba muy bien el acento canadiense, sin embargo sabía que aquel encargo, aunque difícil, no podía fallar después de meses de planificación. Era importante aparentar seguridad y no preguntar siquiera si podían dejar la camioneta estacionada en la calle a la espera de recoger el mueble-instrumento-antigüedad para el que habían sido comisionados. Parecía un “golpe/timo” exactamente, un acto delictivo, pero la retribución compensaba de sobra los gastos de producción y sobre todo las dudas éticas. La naturalidad en la ropa de trabajo de los disfraces les hacía parecer seguros. Mantas ásperas, cuerdas, una pequeña y gastada caja de herramientas y dos carros con sólidas ruedas era todo lo necesario para cargar el piano de cola.
Aunque nunca lo habían visto en directo confiaban en reconocerlo al instante, sobre todo porque era el único instrumento en la sala, supuestamente. El mítico piano CD 318 les estaba esperando, permanecía en el Carlu a la espera de ser trasladado. Entraron en el escenario del que había sido gran teatro, allí actuaron desde Conchita Supervía a Duke Ellington y de Billy Holliday a Fritz Kreisler, además de Jussi Bjoerling, Jacqueline Dupré, Kirsten Flagstad, Mario Lanza, Frank Sinatra, Lawrence Tibbett, Helen Traubel… si guardabas silencio y abrías los oídos todavía podías escuchar resonancias perdidas de aquellos artistas.
El escenario guardaba los recuerdos amontonados de todos ellos pero ya no quedaba rastro físico más que de polvo y algún que otro atril abandonado o una desvencijada silla. Era el Auditorio Eaton, trasladado a otro centro más moderno, y que a partir de mediados de los años 70 había quedado como estudio de grabación casi privado de Glenn Gould. El mismo escenario donde debutó como artista en 1945 tocando un magnífico órgano con 4 teclados instalado en la parte izquierda del proscenio.
El encargo, no prescrito, era sustituir el piano CD 318 para depositarlo finalmente en la residencia de un extraño personaje que completaría de esta forma su excéntrica colección comenzada con un fortepiano de Mozart. Subastas, oscuras compras y extrañas relaciones eran su tarjeta de visita. En la camioneta esperaba la réplica a sustituir en el futuro emplazamiento del mueble y el cuarto miembro de la cuadrilla, que aunque sabía que el proceso no era rápido, se impacientaba viendo girar el segundero de su viejo reloj de pulsera. JR, especialista en restauración de pianos, sabía que si aparecía un policía -montado o no- le podía poner en un aprieto idiomático, y por ello había ensayado el lenguaje de signos para hacerse pasar por mudo, sin contar con que también hay idiomas en ese lenguaje.
Arriba, en la séptima planta, después de traspasar el escenario del Eaton, tras unas cortinas que ocultaban pies de micrófono y algún que otro cable en mal estado apareció ante sus ojos la pieza, el gigantesco mueble. Para ellos no era un trabajo complicado, acostumbrados como estaban al transporte de pianos sabían lo que estaban haciendo y sobre todo cómo hacerlo. Desmontar las patas, envolverlo en mantas y llevarlo al montacargas les llevó apenas 25 minutos. Le pidieron al guardia de seguridad una firma en el falso albarán y cargaron el botín con la plataforma móvil. Afortunadamente JR no había tenido problemas y nadie se había dirigido a él. Ahora sólo quedaba la parte más difícil.
La réplica, en un modelo C de Steinway un poco más corto quizás, necesitaba un par de detalles que JR se encargaría de realizar durante el propio transporte. La documentación y fotografías del instrumento de las que había dispuesto no tenían todo el detalle que precisaba. De forma que había que inspeccionar el original por si se les había escapado algo y algún experto en el museo lo detectaba. Era casi perfecta, sin embargo detectó una marca en la parte de debajo de la tabla armónica que podía delatar el cambio, de forma que tuvo que ponerse manos a la obra mientras circulaban por Toronto. Finalmente, salvando la ansiedad de alguno de los miembros de la cuadrilla y solucionado el problema de la marca, la réplica fue trasladada y quedó instalada en la sala dedicada a Gould del National Arts Center. Una vez montada, aquella sala impresionaba. El piano CD 318, en una pequeña tarima con forma de piano de cola, era contemplado desde sus paredes por varias fotografías del genial intérprete, que parecía desesperado por salir de su representación para advertir a cualquiera que pasase que ese no es su auténtico instrumento.
Después de tantos años nadie lo ha notado. Quizás porque para conseguir aquel sonido que tanto amara el genio de Toronto haga falta su inseparable silla. En cierta ocasión en la que Bruno Monsaingeon le preguntó a Gould que por qué tocaba en esa silla tan horrible, el artista le contestó “tenga cuidado que está usted ofendiendo a un miembro de la familia”. Quizás porque tras cierta interpretación bachiana le preguntaron si no era mejor tocar a Bach en un clavecín o clavicémbalo, él contestó: “es que este piano es un poco esquizofrénico y a veces cree que es un clavecín”. El hecho es que nunca se ha conseguido repetir el sonido que el propio artista sacaba de su piano CD 318, ni siquiera a la réplica, y no será porque JR no hubiese hecho bien su trabajo. Cualquiera de estas razones sirve para dudar de la autenticidad de la pieza instalada en la sala (recientemente trasladada a Canadian Museum of Nature, debido a unas obras de reacondicionamiento del museo).
Numerosos solistas de teclado han pasado por la sala, y tan sólo el Gould encerrado en las fotografías es capaz de notar la diferencia, de descubrir la farsa. Nadie no, un aficionado, no hace mucho tiempo, se ha dado cuenta y ha intentado denunciar a través de internet el trampantojo, pero nadie le hace caso. Curiosamente dice que lo descubrió escuchando a Lang Lang tocando la primera de las Variaciones Goldberg interpretada en el piano CD 318.
No sé cómo ha conseguido reconocerlo ese aficionado, a fe mía que el trabajo no se podía hacer mejor, pero la fechoría todavía no se ha desenmascarado. La exigencia y los altos estándares técnicos y artísticos que imprimía Gould a sus grabaciones son difíciles de reproducir. El original, amigo lector, está en… casi se me escapa… Lo que puedo decir es que su actual falsario dueño, que lo ha heredado de aquel coleccionista, no sabe lo que tiene. Aquel personaje lo cuidó en cada uno de los traslados que sufrió a partir de su sustitución y tan sólo se sentaba en él para interpretar el Aria de las Variaciones Goldberg intentando reproducir las grabaciones de Gould, sin conseguirlo claro está. Ni siquiera, y también lo intentó, consiguió reproducir con el mismo sonido el Preludio en Do mayor del Libro I del Clave Bien Temperado que viaja por las estrellas en el Voyager 1.
La serie Pianista frustrado escrita por Santiago Martínez Arias se compone hasta el momento de las siguientes entregas:
Pianista frustrado: Plan de 1966
Pianista frustrado y un programa de concierto
Pianista frustrado y callado hasta ahora… Fausto
Pianista frustrado en Navidad
Pianista frustrado peleando con la tecnología
Pianista frustrado y los enigmas de internet
Pianista frustrado en la Zarzuela
Pianista frustrado en el Flamenco
Pianista frustrado y suspiros de España
Pianista frustrado y mujeres importantes en la música
El sobrenombre define bien a Santiago Martínez Arias. Como cualquier personaje de extraña biografía profesional es difícil seguir su pista vital. Tiene altos estudios musicales internacionales y ello se evidencia rápidamente en su conversación. Inevitablemente también se comprueba que es experto en seguridad y defensa y doctor en relaciones internacionales, jefe de prensa editorial, profesor universitario, además de tener un pasado, lejano ya, como corresponsal de ‘El Independiente’ en Europa oriental. Más parece que sea un agente, y aunque su pasado pianístico fuera glorioso, sólo quedan los restos del naufragio. Ha representado a Stingray CLASSICA. [/author_info] [/author]