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Relatos de John Cheever

Relatos, de John CheeverPasé casi dos años en busca de Relatos de John Cheever. Allí donde iba se me decía que no tenían ninguno de los dos volúmenes en que Emecé Editores (Grupo Planeta) había recopilado sus cuentos. Llegó a convertirse casi en una obsesión.

Por fin encontré la obra en la caseta de Planeta durante la Feria del Libro de 2012: sólo quedaba un ejemplar de cada volumen pero uno de ellos (volumen 2) tenía unas cuantas manchas y, tras muchas dudas, opté por no comprarlo. Lo estuve lamentando hasta la edición de 2013. Regresé a la caseta de Planeta y de nuevo únicamente quedaba un ejemplar de cada volumen: como ya habrá adivinado más de un avezado lector de esta reseña ¡otra vez el segundo volumen tenía manchas (era el mismo del año pasado, claro está)! Eso sí, en esta ocasión no titubeé y adquirí Relatos de John Cheever.

Valga esta peripecia personal para subrayar una primera característica sobre John Cheever (1912-1982): es un autor más citado que leído; se alude con mayor frecuencia a detalles sobre su azarosa vida personal que a aspectos sobre su técnica narrativa o su estructura discursiva; se le emplea más como referencia de otros literatos que como valor en sí mismo considerado.

Por todo lo hasta ahora indicado no es extraño que en muchas alusiones a este autor aparezca el marchamo mercadotécnico de «el Chéjov de los barrios residenciales». Con el mayor respeto, quienes realizan dicha afirmación o bien no han leído a Antón Chéjov con la suficiente dedicación o acaso no han vivido jamás en un barrio residencial.

En el prólogo de sus Relatos John Cheever alude de forma explícita al estilo que marca estas historia cortas: «el recato es una forma de discurso tan profundo y connotativo como cualquier otro, diferente no sólo por su contenido, sino por su sintaxis y sus imágenes». Y es ahí, en ese abrumador dominio de la mesura expositiva, donde se yergue hasta convertirse en una de las grandes figuras de la literatura de la segunda mitad del siglo XX.

Cheever nos habla en sus relatos de un puñado de cosas que afectaban a los seres humanos de hace setenta años y que continúan incidiendo sobre nuestras vidas hoy en día: la pueril competición entre la virtud y la laboriosidad; el enorme sustrato de la clase media que se distingue por su habilidad pare recodar tiempos mejores y denostar de manera indefectible los actuales; la diferencia en la experiencia de viajar entre el turista y el expatriado; el despotismo en las relaciones humanas; el contacto como desencadenante de la metamorfosis de los amantes.

Es difícil destacar algunos cuentos sobre otros. Quizá en relatos como El nadador (llevado al cine en 1968 en la película del mismo nombre), La historia de Sutton Place, El ladrón de Shady Hill o Un muchacho en Roma alcanza alturas de virtuosismo difíciles de igualar; pero muy posiblemente sería injusto no referirse a otras cumbres como Una culta mujer norteamericana, La monstruosa radio o Las amarguras de la ginebra.

John Cheever nos atrapa en las páginas de estas historias con una visión de la vida donde los aspectos morales más poderosos a menudo se encuentran al otro lado de una especie de muro opaco y permanecen invisibles para sus protagonistas. El dolor de la  existencia como cristal contra el que apretar la nariz, la conversión de las pasiones más en una actuación que en una aventura o la reiteración transnacional del diálogo del amor repentino cincelan una propuesta literaria de un extraordinario vigor y una formidable solidez narrativa.

Los cuentos de John Cheever son pura poesía. No tanto por la existencia de un caudal rítmico que embride lo relatado sino en los términos de investigación trascendental apuntados en su momento por Jean Cocteau: «Escribir poesía es la exploración de un sustrato de la memoria imperfectamente comprendido».

De la misma manera que hay escritores cuyo fallecimiento marca un doloroso declinar hasta concluir en el olvido (por más injusto que dicho olvido pueda considerarse) existen otros cuya luz se va extendiendo hasta convertirse en un fanal estratégico para una pléyade, más o menos extensa, de seguidores. John Cheever forma parte de este segundo (y privilegiado) grupo.

Desde su muerte, acaecida hace ya más de tres décadas, su prestigio se ha ido incrementando conforme se percibían nuevas facetas de su talento. A quienes les fascinen estos Relatos, tienen la oportunidad de encontrar buena parte de sus restantes obras ya traducidas al castellano. De Falconer, La familia Wapshot y La geometría del amor hasta Bullet Park y Esto parece el paraíso. Y, por supuesto, también sus imperdibles Diarios. Todo un deleite para los sentidos.

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John Cheever. Relatos (volúmenes 1 y 2). Emecé Editores. Barcelona, 2006

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Tags: DESTACADOS, LEER

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