Tengo la enorme suerte de contar entre mis más queridas y mejores amigas con una gran antropóloga, mujer de enorme cultura popular, enfrascada en un proyecto de recuperación del patrimonio histórico de Madrid, para la Comunidad de Madrid.
Anda mi amiga y sus socios de la empresa Etnografía y Empresa, trabajando en la investigación y recuperación de patrimonio inmaterial de la Comunidad de Madrid en algunos pueblos de la Sierra Norte. Y de vez en cuando Paz me llama para que le acompañe a alguna de las múltiples actividades que van desarrollando.
Varias veces he ido con ella a un pequeño y encantador pueblecito a orillas del embalse de El Atazar, El Berrueco. Allí he tenido el privilegio de conocer a gente encantadora, a Juliana y a Inés, las nonagenarias del pueblo, a Blanca que encabeza el desarrollo cultural en su pueblo, a un grupo de mujeres increíbles que trabajan incansablemente para que no se pierdan algunas de las tradiciones que ellas vivían de niñas y de jovencitas, en aquellos tiempos en los que la vida era dura de verdad, muy dura, y más en un pequeño pueblo de la sierra pobre de Madrid. Y a estupendos hombres, recios y fuertes y a la vez increíblemente divertidos, poseedores de una inteligencia y de una enorme cultura, alcanzada por años de vida y capaces de adaptarse a los cambios tan increíbles que se han dado en las dos últimas décadas.
Pues el sábado pasado fue uno de esos días. Mi amiga me llama para decirme que si le acompaño a una feria de actividades tradicionales y populares que van a hacer en El Berrueco durante el fin de semana. Y como podía, ni quise ni pude resistirme.
Fuimos con Rebeca, una pequeña gran periodista y reportera que participa en el proyecto haciendo grabaciones de las actividades y de las entrevistas a los informantes.
En una pradera, a orillas de una preciosa dehesa, se habían previsto todas las actividades del día. Y lo primero que nos encontramos fue una exposición de carros y carruajes antiguos preciosos, muy deteriorados por el uso, pero muy bonitos.
Lo primero que nos llama la atención es una demostración de cantería, a cargo de Alfredo, vecino del pueblo, uno de los muy pocos canteros que queda en nuestra Comunidad, y personaje interesante y polifacético donde los haya. Nos enseñó algunas de sus habilidades, de sus creaciones y mucho de su sapiencia y de su sentido del humor. Un tipo que fue mecánico de camiones y que aburrido decidió dejarlo y dedicarse a su pasión, la piedra. Qué también es taxista, camionero, asiduo a tertulias de artistas en Huertas, estupendo bailarín y conversador infatigable. Que nos dejó con la boca abierta hablándonos de la geología de Madrid y de donde y como aparecían vetas de distintas piedras y minerales.
Estuvimos hablando con una quesera de una comarca de la sierra San Mamés, que nos estuvo explicando cómo hacía su mejor queso usando flores de cardo para cuajarlo. ¿Increíble? Pues el queso es inmejorable, queso curado de cabra digno de las mejores mesas, y que se hace de manera artesanal y con una producción muy limitada en la sierra madrileña.
También probamos las exquisiteces que elaboran un grupo de mujeres de Torremocha, que hace veinte años decidieron iniciar por su cuenta y desde su pequeño pueblo una aventura empresarial que les ha permitido ganarse la vida desde entonces, fabricando artesanalmente uno de las mejores trufas de chocolate que he comido en mi vida. Nos contaron que se pueden congelar y que una vez congeladas ganan en sabor y mejoran la textura. Y unas galletas y unos bizcochos increíbles. En el polígono industrial de Torremocha son famosas las mujeres que conforman “Canela en rama”.
Estuvimos también viendo burritos gracias al trabajo de una asociación de amigos del burro de la Sierra Norte; preciosos y recios animales, muy pegados al trabajo tradicional de nuestros pueblos, en donde comprar un caballo era un lujo que muy pocos podían permitirse. El burro se convirtió así, en el utilitario de aquellas épocas.
Juliana, una increíble mujer de 90 años, estuvo recordando para nosotros un mayo que cantaba cuando era jovencita en las fiestas de los mayos, que ya apenas se ven en unos pocos pueblos, pero que están empezando a recordarse en otros cuantos y a intentar renovarse muy lejos en el tiempo de aquellos años en los que eran una de las fiestas más esperadas en nuestros pueblos.
Blanca y Conchi, haciendo gala de la generosidad y la buena acogida de la gente del pueblo al proyecto de recuperación de sus tradiciones, nos invitaron a su casa a comer uno de los cocidos más ricos que yo recuerdo. Pasamos un fantástico rato a la mesa de una familia que nos abrieron las puertas de su casa y de sus recuerdos de una manera preciosa. Muchas gracias familia.
Por la tarde estuvimos gozando cuando la gente del pueblo recordaba para nosotras los juegos a los que dedicaban sus pocos ratos de asueto cuando eran niños. A Dionisio el aro se le sigue dando como si fuera un niño, Blanca es menos experta ya. Pero el plato fuerte fue la demostración del hinque, un juego de chavales que consistía en clavar unos palos en la pradera e intentar tirar el de los otros a la vez. Nos hicieron una demostración los hombres del pueblo en la que el público disfrutó pero quienes más lo hicieron fueron los propios participantes. Daba gusto verles ir entrando poco a poco en el juego y convertirse por un instante en los niños que fueron: “tío eso es trampa, así no vale, pero hijo corre, así no, así no juego”. Fue un momento mágico en el que vi a unos niños grandes, muy grandes disfrutando de lo lindo jugando a su juego favorito.
Y un poquitín más tarde las mujeres nos contaron como se dedicaban al pluriempleo siendo apenas unas mozas. Mientras cuidaban de los animales en el campo, cuando llegaba este tiempo de finales de verano y principios del otoño, dedicaban las horas a hilar a la vez que caminaban por las dehesas detrás del ganado. Había que preparar la lana con la que en las largas noches de finales del otoño tejerían mantones, refajos, calcetines, jerséis y chalecos.
En un palo sostenido por el delantal, en la cintura, ponían la lana una vez escarmenada (ahuecada y limpia de pajitas, ramas y suciedades). Con un huso rudimentario hecho de madera, y a la vez que hablaban y caminaban, iban consiguiendo sacar el hilo con el que en el mismo acto elaboraban las madejas de lana. Si esa lana se quería más fuerte, se retorcía también a la vez que se andaba, con otro hilo más y se conseguían las madejas finales con las que se tejerían las prendas. Estas mozas, apenas unas niñas, hablaban de sus cosas mientras trabajaban, contaban de sus pretendientes, de las parejas para los mayos, de las amigas y la familia… en fin, de casi las mismas cosas de las que whatsappean ahora mismo nuestras hijas.
Asistimos también a la demostración de trillado de la cosecha de grano. Un caballo estuvo durante tiempo tirando de una trilla y subiendo a voluntarios, niños y mayores, a dar una vuelta y a conocer de cerca una actividad que se daba en nuestros pueblos año tras año una vez cosechado el trigo. Aquí también apareció la magia y las mujeres se convirtieron por un momento en las niñas que fueron y empezaron a lanzarse montones de paja y a buscarse unas a otras para pillarse desprevenidas; alguna acabó rodando por el suelo. Era increíble y entrañable ver mujeres de cincuenta, sesenta y setenta años con la ilusión saliendo a borbotones de su alma rememorando antiguos juegos sin importarles la gente y los curiosos que habíamos acudido a la fiesta. Tuve la suerte de participar y subirme a la trilla.
Otro interesante momento tuvo lugar cuando Pepe, el hijo de un apicultor de la zona de toda la vida, nos estuvo dando una charla sobre esta disciplina que lejos de ser algo fácil y estático, requiere de mucho conocimiento y destreza. Nos enseñaron antiguas colmenas de corcho, nos destriparon las colmenas modernas. Nos dieron toda la información sobre el propóleo y el polen. El propóleo es una sustancia parecida a la cera que hacen las abejas para taponar agujeros en las colmenas o para aislar animales o cuerpos extraños que entran; pero se ha descubierto que es uno de los más potentes antisépticos que existe y se están haciendo estudios para competir con los actuales antibióticos en una línea de investigación interesantísima. El polen, pura proteína vegetal, es otra sustancia que se saca de la apicultura y el de la zona es altamente apreciado por las condiciones de pureza del aire de la zona de El Atazar. También nos enteramos que el humo es la única defensa que tiene el apicultor y que lejos de aturdir a las abejas, les hace creer en la posibilidad de un incendio cercano y ellas, preparándose para huir de la colmena si es necesario, se dedican a aprovisionarse hasta el límite de miel y así dejan de prestar atención a las maniobras del apicultor.
Para acabar un día lleno de enseñanzas y de magníficos momentos, acabamos siendo agasajadas por Martín, compañero de cole de Juliana e Inés, allá por los años treinta, y por el cantero Alfredo y su hermano, que nos regalaron productos de su huerta con una generosidad inmensa y con mucho cariño.
Y yo sigo pensando que tengo una enorme suerte en la vida. Tengo una gran amiga, de la que disfruto y aprendo en cada momento, y que me permite entrar en su trabajo y en su actividad de esta fantástica manera, conociendo a gentes increíbles que nos acogen con las manos abiertas y nos regalan increíbles momentos con una generosidad enorme. Se pueden pasar sábados fantásticos, muy bonitos, pero mejores que éstos, es difícil. Gracias Paz, gracias Etnografía y Empresa y gracias a El Berrueco.
Por cierto, una vueltecita por el pueblo, una subida a su iglesia para ver las vistas de El Atazar, una comida por la zona y un paseo por una de sus sendas, es un buenísimo plan de fin de semana. Y si se consigue conectar con uno de sus más longevos habitantes, será sin duda la mejor experiencia del día.
Nieves Sánchez
Nacida en Madrid en 1964. Pasé mi infancia y adolescencia en el barrio de Moratalaz. Estudié CC Biologicas en la Complutense y tras terminar preparé oposiciones a Técnico de Gestión de Empleo, las cuales aprobé. Trabajé tres años en Granada antes de conseguir plaza en Madrid. Actualmente trabajo en la oficina de empleo de Aranjuez. Resido en Valdemoro, estoy casada y soy madre de una guapísima hija de 19 años, estudiante de Relaciones Públicas y Publicidad, que es lo que más alegría me da en la vida. [/author_info] [/author]