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Salvador Dalí dialoga con otros grandes pintores

Hace ya algunos meses publiqué un análisis de la trayectoria de Salvador Dalí a través de diez de sus más grandes cuadros. Hoy me gustaría referirme a otro aspecto quizá menos conocido: el constante diálogo que el artista mantuvo con otros grandes pintores.

Es una constante histórica: cuanto más grande es el talento de un pintor más tiende a reconocer la influencia de quienes le antecedieron en este arte. En el caso de Dalí sus influjos (en ocasiones adquieren la categoría de obsesiones) son muy variados:  por supuesto están Picasso y Miró, con los que compartió nacionalidad, tiempo y espacio; y también se encuentran Bru, Goya, Fortuny, Leonardo, Meissonier, Millet, Palladio, Rafael, Rubens, Vermeer, Zurbarán… y, por encima de todos, Velázquez.

Por tanto hay mucho donde elegir. Aquí me voy a centrar únicamente en cinco de estos pintores, algunos de cuyos cuadros fueron reinterpretados (a veces hasta la saciedad) por Dalí. Vamos con ellos (los presento por orden cronológico con la salvedad de Velázquez, luego explico el porqué).

 

El martirio de San Cucufate. Museo Nacional de Arte de Cataluña en Barcelona (España)

Ayne Bru. El martirio de San Cucufate. No es mucho lo que sabemos sobre Ayne Bru, más allá de que vivió entre el siglo XV y XVI y muy posiblemente su origen fuera alemán. Esta obra, a la que dedicó más de tres años y por la que se le pagó una suma de dinero muy significativa para la época, destaca por su extraordinario realismo y por recrear cómo era el monasterio de Sant Cugat en aquellos años. Una obra típica del Quattrocentro alemán aunque con notable influjo de la escuela florentina.

 

 

 

 

 

 

Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí
Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí

Salvador Dalí. Dalí desnudo, en contemplación ante cinco cuerpos regulares metamorfoseados en corpúsculos, en los que aparece repetinamente la Leda de Leonardo cromosomatizada por el rostro de Dala. En este caso a Dalí le interesó un aspecto muy concreto del pintor: el perro que duerme en la obra de Bru. De hecho lo utilizó en más de un cuadro aunque he seleccionado éste por considerar el más representativo del particular universo daliniano (incluyendo su más que peculiar título).

 

 

 

 

 

La encajera. Museo del Louvre en París (Francia)

Johannes Vermeer. La encajera. El holandés Vermeer (1632-1675) constituye una de las cimas pictóricas del barroco de los Países Bajos (lo que ya es mucho decir ante la calidad alcanzada por sus compatriotas coetáneos). Y ello pese a su escasísima obra (no llegan a cuarenta los cuadros que se le atribuyen) lo que motivó su olvido durante más de doscientos años hasta su consagración en el siglo XIX. En La encajera, Vermeer muestra un motivo típico de la pintura de su país, el encaje, y nos enseña toda su maestría: dominio absoluto de la luz, control sobre la forma dibujada, capacidad para recrear ambientes. Como curiosidad, se trata del cuadro de menores dimensiones que se conserva del autor.

Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí
Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí

Salvador Dalí. Pintura paranoico-crítica de «La encajera» de Vermeer. La delicadeza de la pincelada de Vermeer y, sobre todo, su capacidad cromática, constituyeron un enorme misterio para Dalí. Este cuadro sublima dicho sentimiento. Antes que a Dalí también obnubiló a pintores como Renoir o van Gogh, palabras mayores. El pintor catalán recreó La encajera en varias ocasiones. Creo que ésta sería la más daliniana de todas ellas.

 

 

 

 

El Ángelus. Museo de Orsay en París (Francia)

Jean François Millet. El Ángelus. Millet (1814-1875) fue un pintor francés encuadrado en el realismo y naturalismo, fundamentalmente conocido por sus paisajes y figuras campestres. El Ángelus, un cuadro de muy pequeñas dimensiones, muestra a dos campesinos que han interrumpido su trabajo en el campo para rezar dicha oración en medio de un llano desértico. Sus caras quedan en sombra, mientras que la luz destaca los gestos y las actitudes, consiguiendo expresar un profundo sentimiento de recogimiento. La sutil atmósfera de niebla facilita la fusión entre los campesinos y el paisaje natural y da pie a numerosas interpretaciones.

 

 

 

Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí
Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí

Salvador Dalí. Atavismo del crepúsculo. Dalí pintó en numerosas ocasiones este pequeño cuadro e incluso llegó a escribir un ensayo titulado El mito trágico del Angelus de Millet (hasta ahí llegó su grado de obsesión). En esta recreación potencia la faceta de crítica política y social inherente a la obra de Millet, un aspecto que en su momento granjeó profundas antipatías al pintor francés, siempre dentro de la característica perspectiva onírica del genio de Cadaqués.

 

 

 

 

 

La batalla de Tetuán. Museo Nacional de Arte de Cataluña en Barcelona (España)

Mariano Fortuny. La batalla de Tetuán. Fortuny (1838-1874) no ha sido un pintor bien tratado por el paso del tiempo, quizá debido a lo temprano de su fallecimiento que nos privó de lo que hubiera podido ser lo mejor de su obra. En su momento fue considerado el principal pintor español del siglo XIX (sólo por detrás de Goya y al mismo nivel que Rosales). En La batalla de Tetuán, un cuadro de dimensiones formidables (casi treinta metros cuadrados de tela) el pintor alcanza todo su virtuosismo acometiendo con notable éxito un conjunto de grandes desafíos técnicos.

 

 

 

 

Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí
Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí

Salvador Dalí. La batalla de Tetuán. Que Dalí fue, además de un genio, un excepcional dibujante, es una afirmación sustentada por un gran número de colegas y críticos. Aquí se puede ver hasta dónde llega su capacidad para abigarrar el escenario sin mostrar síntoma alguno de malestar. En su libro Diario de un genio escribió sobre la obra: «Cuando miro el movimiento de las serpientes tipográficas de las páginas de un periódico, yo veo La batalla de Tetuán y aún partidos e fútbol enteros».

 

 

 

 

 

El Conde-Duque de Olivares a caballo. Museo del Prado en Madrid (España)

Diego de Velázquez. El Conde-Duque de Olivares a caballo. Es difícil decir nada de Velázquez (1599-1660) que no haya sido expresado con anterioridad. La cumbre de las cumbres de la pintura, el pintor de los pintores, el maestro de los maestros, pese a que su reconocimiento internacional unánime no se produjo hasta mediados del siglo XIX (aunque hoy nos pueda resultar imposible de imaginar). Es el dominador absoluto del color y de la forma, lo que una vez más se muestra en esta obra en la que recrea al que por aquel entonces era el hombre más poderoso de España (incluso por encima del rey Felipe IV).

 

 

 

 

Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí
Imagen suprimida por expresa prohibición de la Fundación Gala-Dalí

Salvador Dalí. El conde-duque de Olivares. Lo pongo en último lugar porque Velázquez fue, según reconoció el propio pintor de forma expresa en múltiples ocasiones, su principal influencia pictórica. Hasta tal punto que en buena parte de las biografías escritas sobre el pintor de Cadaqués se afirma que su característico bigote no es otra cosa sino una réplica del bigote del pintor barroco. Dalí recreó numerosos cuadros de Velázquez (e incluso al propio pintor en pleno trabajo). El que incluyo aquí (en el que utiliza lápiz, tinta china, acuarela y aguada sobre papel) se encontraría entre los ejemplos más significativos.

 

 

 

 

 

Seguro que a ti también, cincuentópico, te viene a la memoria algún cuadro más de Dalí donde imite o recree las obras de pintores anteriores en el tiempo. ¿Quieres compartir con nosotros alguno de esos ejemplos?

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