Un examen en The Royal College of Music constituye la tercera parte de la Trilogía de Cambridge presentada por Pianista a Tiempo Parcial a los seguidores de Cincuentopía.
No recuerdo exactamente cómo, o por intermediación de quién, pero antes de volver a Madrid en diciembre, el secretario académico del Royal College of Music de Londres me recibió. Tras una no muy larga conversación admitió que me presentase en la primavera siguiente a la prueba de admisión para el Doctorado en Dirección de Orquesta. Ofrecían 4 plazas bajo el título de Advance Study Course in Orchestral Conducting.
Aunque mis planes europeos volvían a cambiar, entendí que era una magnífica oportunidad para volver a acreditarme. El problema era que mis convicciones antisistema educativo parecía que se agotaban. Al no conseguir profesionalizarme tuve que doblar la cerviz y pasar por el aro, o por lo menos intentarlo. Así, el invierno del 86 pasó rápido en España y me permitió completar, además, mis obligaciones universitarias y pasar las fiestas navideñas en familia. Sólo quedaba preparar la prueba para optar a la plaza.
Al secretario del Royal College of Music, Mr A.W. Abbott, le resultó extraño que yo, sin un título en Música, pretendiera realizar aquel curso, pero debió de convencerse, según le expliqué en un inglés no muy académico, de que al no existir tal graduación universitaria en España era suficiente con la acreditación de los cursos que le puse sobre la mesa, en realidad en su oído, y mi futuro título universitario en Periodismo.
Acabó un melancólico otoño de paseos por los bosques de Wandelbury, o las excursiones a Grantchester, paradigma de la poco brillante, por regla general, gastronomía británica. Comenzaba una preparación concienzuda llena de dificultad y sacrificio. El examen tenía diversas fases y la última consistía en una prueba de dirección al frente de la Orquesta de la Royal School. En el repertorio: Beethoven Sinfonía nº 5; Brahms Concierto para Piano nº 1 (1er movimiento); Ravel Pavana para una infanta difunta; y una obra inglesa de Michael Tippett, Suite en Re para el Cumpleaños del Príncipe Carlos, tan desconocida para mí como sorprendente. A pesar de que conformaba la última parte del concurso, es la parte que puse primero en mi agenda, y la que con más intensidad preparé.
Cada una de estas obras requiere un artículo por sí sola, una larga reflexión, un profundo análisis, una tesis completa, y la forma en que aborde su preparación podría también ser una parte importante de ese texto. El acceso a las partituras fue sencillo: para las dos primeras tenía la partitura de orquesta en miniatura (esas que acaban con la buena vista de cualquiera); una fotocopia para las otras dos, también en versión miniatura, y con la tremenda suerte de encontrar en la Biblioteca del Conservatorio la partitura de Tippett, cosa que me pareció ¡increíble! Una composición tan local y de título tan significativo, el Cumpleaños del Príncipe Carlos, la pude encontrar entre los fondos del Conservatorio. También esta parte de la institución, la Biblioteca, merece otro artículo.
Redondeé mi preparación mediante conversaciones con directores de orquesta nacionales de la época, Odón Alonso y Alberto Blancafort, que amablemente me recibieron en sus respectivas casas donde pude hablar de toda esta música con ellos. Pude llegar hasta ellos, músicos relevantes entre la élite artística local, utilizando el nombre de mi padre, ya fallecido, que había gozado de cierta prédica e influencia en los círculos musicales y artísticos del Madrid de los años 60.
Pero la base de todo consistía en la lectura de diversos manuales de dirección de orquesta, ingleses o americanos ya que en español la literatura sobre la materia era inexistente. Hasta entonces, toda mi formación en dirección de orquesta se limitaba a mis lecturas, lecturas, lecturas, por una parte, a mis conversaciones con músicos, por otra, y a un denodado esfuerzo por ponerme delante de cualquier grupo musical o vocal que se dejase, por pequeño que fuera. Suplía la falta de formación con estas pequeñas y breves oportunidades prácticas y sobre todo con mucho entusiasmo, ambición y una profunda convicción antisistema educativo musical nacional.
Llegó la primavera del 86 y, afortunadamente, pude compaginar mi nuevo viaje a UK con las vacaciones primaverales en la universidad, la Semana Santa de aquel año fue de las adelantadas a la primera semana de primavera, coincidiendo con mi cita académica. Llegué a un poco antes para para adaptarme al clima y Alfonso no pudo venir a recogerme en el aeropuerto debido a sus múltiples obligaciones científicas. Tampoco esperaba que fueran a recogerme en limusina, pero podía encontrar un término medio. La familia tenía previsto viajar aquella Pascua a Los Ángeles así que tenía que arreglar una considerable cantidad de asuntos antes de marcharse, de forma que me quedé solo al mando del fuerte.
Aunque en realidad no me quedé sólo del todo ya que tenía una simpática vecina australiana que supo cuidar de mí en los malos momentos. Kerry era su nombre y estaba en sus primeros años como técnica de laboratorio en el Addenbrooke’s. Los latinos acostumbramos a comenzar las libaciones nocturnas a partir de las 8 o 9 de la noche, mientras que para los ingleses ese era el tiempo de recogida, de forma que buscamos la manera de hacer más llevadero el tiempo de aquellas todavía frías veladas primaverales.
Kerry me reveló que la idiosincrasia australiana era más cercana a la latina que la británica, de forma que el vino y la música nos ayudaban a superar tan prolongada oscuridad. Por otra parte yo pensaba, casi de forma obsesiva, que en mi segunda salida en búsqueda del Grial musical debía concentrarme en la tarea y recordaba sobre todo lo que Alfonso me decía –¡no he visto a nadie trabajar tanto contra sí mismo!-. Entre vino y vino conversado en inglés australianizante, y alguna bebida espirituosa añadida, seguí estudiando a Norman del Mar y su libro para aprender lo que es una orquesta.
En un momento de nostalgia-reflexión pensé en todas las cosas que estaban pasando y que afectaban más a la actualidad periodística que al pozo artístico musical en que me encontraba. Era marzo del 86 y la actualidad pasaba por el Referéndum de la OTAN, para lo cual solicité en Madrid mi voto por correo, para negarme a participar en tan bélica organización… ¡ingenuidad juvenil! Luego la actualidad vendría subrayada ese mismo año por la catástrofe nuclear de Chernobil a finales de abril, pero antes, el día 3 de aquel mes de marzo, la actualidad me traía el fallecimiento de mi recién conocido Sir Peter Pears.
Monday 17 Marz at 4.15 pm in Room 76 (RCM)
Me alojé en Saint Albans, cerca de Londres, en casa de Phil, que a su vez vino a Cambridge en una suerte de intercambio de oportunidad con la que todos ganábamos. Phil me recogía en Cambridge me llevaba a St. Albans, en el condado de Hertford, asistíamos a un concierto en el Barbican de Londres, junto a su esposa Jill, y mientras yo me quedaba en su casa, él se instalaba en Cambridge.
Así pasó el fin de semana hasta que el lunes fue la hora de la verdad. Subí al tren destino a Londres para llegar a St. Pancras y desde allí el metro de King’s Cross hasta South Kensington. Después de un corto trayecto, pasando por delante de Victoria and Albert Museum, llegué hasta el Albert Hall. El impresionante edificio circular donde esperaba dirigir quizás algún día, incluso los BBC Proms, parecía apagado debajo de la maraña habitual de nubes londinenses. Frente a él, el edificio del Royal College of Music.
Entré en el edificio del Royal College of Music y busqué la Room 19 donde me esperaba la secretaria de Mr Abbott. Sin embargo apareció el secretario académico en persona y lo noté inquieto. Se disculpó conmigo por no poder ofrecerme una sala de ensayo. La primera prueba consistía en la interpretación de varias obras en el instrumento de cada candidato y el College ponía a disposición un aula para ensayar antes de la prueba.
Mr. Abbott me condujo a través de los pasillos del edificio hasta llegar a un descansillo donde había un viejo piano de pared frente a las puertas de un montacargas, que más parecía de esos pianos desvencijados que utilizan en algunas parroquias para animar el servicio religioso que un piano de cola como debía ser. Tampoco esperaba exquisiteces del tipo tener una sala para practicar antes de la prueba. El caso es que aquello tampoco era muy adecuado, un piano a la puerta de un montacargas era algo abiertamente rechazable.
Pero mis ganas de demostrar lo que sabía impidieron que elevase cualquier tipo de queja. En mi pensamiento estaba una sala con otros candidatos y esperar mi turno para acceder al examen, pero ni vi ni conocí a ningún otro aspirante, simplemente estuve ‘practicando’ en aquel rincón hasta que otra vez el secretario vino a recogerme para llevarme al aula del examen.
Para la primera prueba había preparado el Estudio Op. 25 nº 7, o el nº 19 si se quiere, de Chopin. Comienza con una melodía en la mano izquierda que es una hermosa frase de violonchelo. La voz grave es la que lleva el peso del estudio, y mediado el mismo la romántica línea del tema se convierte en notas de adorno y rápidas escalas de un lado a otro del teclado en endiabladas frases, para terminar otra vez en la calma del tema original de forma melancólica y lenta.
La segunda que tenía preparada era una sonata clásica, la Op. 10/2 de Beethoven, do menor, una obra a la que le tenía mucho cariño por ser de esas menos conocidas de Beethoven, en el ordinal habitual es la número 5, y por ser una de las primeras sonatas que yo había hecho del maestro de Bonn. Obra con pasajes de gran intensidad rítmica y compleja ejecución que me permitían lucir mis habilidades.
Al terminar me levanté del piano, Steinway&Sons (nada que ver con el cimborrio que me habían dejado en el infame descansillo) y me dirigí a la mesa donde me esperaba el maestro Del Mar y dos ayudantes. Una conversación agradable sobre mi biografía y mi motivación dio paso a algunas preguntas sobre mis dotes compositivas y de dirección.
Fuimos desarrollando una suerte de diálogo musical basado en la estructura de una fuga, la forma de desarrollar un coral variado para órgano o cuál es la diferencia entre dirigir un coro y una orquesta. Incluso tuve que entonar alguna melodía atonal que me pusieron delante para mostrar mis sightsinging skills. Las preguntas sobre la transposición de tonalidades en la escritura para viento completaron un intercambio interesante.
En ese momento uno de los miembros del tribunal abrió una partitura de orquesta, escondiendo la portada para evitar que yo pudiera ver el título o el autor. Nada más fácil para mí, ya que era mi amadísimo Concierto Emperador de Beethoven, en el final del movimiento lento y el ataque del tercero. Me preguntaron qué obra era y respondí sin dudar. Beethoven Fifth Piano Concerto, nice edition –contesté.
Entonces tomó otra vez la palabra Norman del Mar refiriéndose a la octava de si bemol en las trompas que tiene lugar mientras el piano va presentando el tema del final de forma lenta para luego convertirse en un brillante solo Allegro, tres compases en los que el solista presenta ad libitum el tema acompañado de las french horns. Parece poco tres compases de una nota sostenida, pero ciertamente para un instrumentista de viento puede resultar difícil de mantener. ¿Cómo podría ayudar a los trompas, como director? –pregunto el maestro. En ese momento recordé que me sonaba haber leído algo en su libro “Anatomy of the Orchestra”. En realidad él tampoco daba claves en el libro, según comprobé más tarde, simplemente describía el problema y daba dos o tres referencias más en Wagner, el Idilio de Sigfrido, y en Strauss.
Me pareció que buscaba una respuesta y la mía no debió de ser satisfactoria, a tenor del resultado de la prueba. Ofrecí dos opciones, si bien lo primero que se me vino a la cabeza fue decir: pues que practiquen en casa para el día del concierto, que para eso cobran. Otra opción que no utilicé era comentárselo, o mejor dicho recordárselo, al solista y sugerirle que no se demore demasiado en ese fragmento.
Mi contestación fue por otros derroteros, dije que los trompas, al igual que el oboe, debido a la presión que tienen que ejercer con los labios en las embocaduras o las cañas, conocen muy bien lo que se denomina respiración circular. Es decir, mientras soplan en la boquilla, con mucha presión, el aire que tienen almacenado en la cavidad bucal, inhalan por la nariz para volver a llenar los pulmones y repetir la operación en lo que se denomina respiración continua o circular. Lo he visto hacer y, aunque resulta sorprendente, casi un ejercicio de prestidigitación, es una técnica que aprenden incluso desde niños. Otra opción comenté también, y ahí sí que estuve desacertado, es que se podía eventualmente tener un tercer trompa que ayudase al segundo trompa que es el que da la nota grave.
Luego, qué sé yo, hablamos de otros compositores, de música contemporánea y de alguna cuestión técnica referida a los arcos en la cuerda y la manera afrontar algunas obras muy conocidas. Agradecieron mi presencia y me despidieron cortésmente.
Poco más recuerdo de aquel fatídico día en que no conseguí una plaza en el Royal College of Music. Pensé en el cuento de Gómez Valderrama en el que Paganini no consigue un puesto de violinista en la mejor orquesta de Italia porque, a pesar de haber realizado la mejor interpretación del mundo, no tenía papeles que acreditasen su identidad. ¡Así va la nave de los locos!
A la salida volví a ver a mi amigo Abbott y no recuerdo cómo me lo comunicó, o quién me lo comunicó, pero sin duda me enteré de que no tenía que hacer la prueba con orquesta. ¿Seguro? Al escribir estas líneas me quedan dudas, pero lo cierto es que no tuve oportunidad de coger la batuta y expresar mis ideas sobre Beethoven, Brahms, Ravel o Tippett. Lástima, pensé, ya que me inundó el desánimo más que la rabia, después de tantas horas de preparación, conversaciones, estudio, audiciones…
Pensaba y pensaba mientras caminaba de regreso a King’s Cross. Decidí dar otro paseo largo para despejarme antes de subir al tren a St. Albans. Ahora quedaba contestar preguntas del tipo ¿qué tal en el Royal College of Music? ¿cómo ha ido? ¿qué te han dicho? Todo el mundo sin querer preguntar por prudencia, y todos queriendo saber. Cierto es que las comunicaciones en los ochenta no eran tan inmediatas como hoy en día, de forma que eso me daba un margen para preparar alguna respuesta.
Pero a quien primero daría la ¿mala? noticia, ya que no tenía fuerzas para descolgar un teléfono, era a la persona que había compartido conmigo los momentos previos a esta vorágine. Cierto es que mi espíritu estaba bastante alterado por todo lo que ocurrió aquel fin de semana, pero lejos de pensar que eso me podría influir negativamente, estuve muy al contrario en un estado de euforia/desanimo que difícilmente podría provocar la catástrofe. Una pinta en el primer pub que vi abierto me ayudó a algo, no sé a qué pero sé que me ayudo a algo.
CONTINUARÁ (con un EPÍLOGO)…
La serie Pianista (tanto en su versión inicial Pianista Frustrado como en la actual Pianista a Tiempo Parcial) publicada en Cincuentopía consta hasta el momento de las siguientes entradas:
- Pianista frustrado: Plan de 1966
- Pianista frustrado y un programa de concierto
- Pianista frustrado y callado hasta ahora… Fausto
- Pianista frustrado en Navidad
- Pianista frustrado peleando con la tecnología
- Pianista frustrado y los enigmas de internet
- Pianista frustrado en la Zarzuela
- Pianista frustrado en el Flamenco
- Pianista frustrado y suspiros de España
- Pianista frustrado y mujeres importantes en la música
- Pianista frustrado y el piano CD 318
- Pianista iniciático de korrepetitor
- Pianista frustrado de gira por la ópera
- Pianista a Tiempo Parcial se va de copas
- Pianista a Tiempo Parcial en Marruecos
- Trilogía de Cambridge (I): música clásica inglesa
- Trilogía de Cambridge (II): Peter Pears, la voz de Britten
El sobrenombre define bien a Santiago Martínez Arias. Como cualquier personaje de extraña biografía profesional es difícil seguir su pista vital. Tiene altos estudios musicales internacionales y ello se evidencia rápidamente en su conversación. Inevitablemente también se comprueba que es experto en seguridad y defensa y doctor en relaciones internacionales, jefe de prensa editorial, profesor universitario, además de tener un pasado, lejano ya, como corresponsal de ‘El Independiente’ en Europa oriental. Más parece que sea un agente, y aunque su pasado pianístico fuera glorioso, sólo quedan los restos del naufragio. Ha representado a Stingray CLASSICA. [/author_info] [/author]