Era el otoño del 86 y pasé la temporada entre diversas actividades: haciendo bolos, de profesor, o de organista y director de coro en San Rafael, entre otros. Fuera de la música hice de guía-acompañante turístico por Marruecos y supervisor de traducciones. El último bolo previo a mi desembarco en Viena, ya en el 87, fue una gira con el Orfeón de Castilla, sólo las cuerdas masculinas -tenores, barítonos y bajos-, que asistíamos a un Festival de Música Joven en la ciudad alemana de Passau, conocida como la ciudad de los tres ríos (Danubio, Ilz y el Inn), famosa por sus tradicionales inundaciones. El director del coro era Marcos Vega y ante la necesidad de voces para cubrir la siempre precaria presencia masculina en los coros fui captado por mi amigo Tomás HH que siempre estaba al corriente de todo tipo de chollos. No es que yo perteneciera a la institución sino que hice de mercenario, muy habitual en la profesión.
Aunque la gira no implicaba emolumento alguno, se podía considerar una especie de pequeñas vacaciones pagadas, que estuve a punto de perder por no asistir a una parte de los ensayos. El caso es que aquel viaje estuvo lleno de anécdotas divertidas con compañeros conocidos y se convirtió en una tournée muy singular. Viajábamos en dos autobuses, además de las cuerdas masculinas del Orfeón, un cuarteto de cuerda (con varios conocidos Rocío -violín 1-, Pilar -cello- y la esposa de un amigo guitarrista japonés -violín 2-, Chiki, portando increíblemente un Guarneri del Gesù), una compañía de Ballet joven financiada también por el Injuve y una pequeña y no menos curiosa banda de jazz.
Pasó el bolo, pasaron las vacaciones y, como cada 20 de septiembre, hice mi maleta en busca del triunfo y la fama. Llegué a Viena y después de un par de noches en una pensión aparqué mi maleta llena de partituras y libros (no había quien la moviera) en la Studentenheim de la Hochschule. Las habitaciones, mientras no empezaba el curso, se alquilaban por días a cualquier estudiante y allí me encontré de repente con gente de todo el mundo que venía a hacer sus exámenes de ingreso. En mi habitación coincidí con un estudiante húngaro, oboísta, y un americano más aficionado que profesional, que venía a la cátedra de piano. Era un diletante al fin y al cabo, que venía en plan vacaciones más que profesionalmente según él mismo confesaba. Acompañaba a un pianista cubano, un tipo alto, que tenía más capacidades, o por lo menos eso parecía al hablar con él, que venía también de los USA.
La residencia en Viena era el lugar perfecto, barata, limpia y con acceso a la Mensa, el comedor universitario, y a las cabinas de estudio. Incluso compartimos audiciones. También estaba allí Jesús G el contrabajista sevillano y mi amigo Andreu R, el pianista más genial que hasta entonces había oído, en el sentido literal del término. Otros españoles también habitaban aquellas latitudes, como Andrés Z el clarinetista valenciano que venía también a examinarse de dirección. Un par de personas de la parte catalana, uno en concreto que consiguió entrar y que me dijeron que tenía algo que ver con la abadía de Montserrat, o el propio Juan C o Joan. Por citar a los españoles, del resto del mundo estaba bien surtida también la escuela. Por otra parte, de los españoles que allí habitaban también conocí al algunos. Desde Nacho el percusionista barcelonés que no podía volver a España por haber salido de España evitando la mili, Ángel el tenor, Faustino el estudiante de musicología, Klaus el batería, hasta Mauricio S, a la sazón recién graduado en composición y uno de los compositores españoles de mayor éxito de nuestro tiempo.
El examen de la Hochschule estuvo fuera de los parámetros que yo había imaginado. Presidía el maestro Österreicher (el austriaco en español) heredero directo de la escuela de Hans Swarowsky. De este último habían sido discípulos Claudio Abbado o Zubin Metha, aquí recordando a su querido maestro. El propio Miguel Ángel Gómez Martínez también pasó por sus aulas, y frente a ellos estaba la escuela del Konservatorium der Stadt Wien donde yo creía que había estudiado Jesús López Cobos.
La música estaba presente en todas partes, y ahora no tenía dudas de que era el sitio en el que había que estar si uno quería ser director de orquesta. Viena, capital mundial de la dirección e orquesta. Al maestro Österreicher tuvimos el placer de conocerlo en la Mensa, donde todos los días realizaba su pitanza. Todo el mundo que pasaba por ahí le rendía pleitesía. Con el tiempo me di cuenta de lo excesivamente sujetos a las formalidades que están los austriacos en sus relaciones sociales. A mí no dejaba de parecerme un personaje antiguo y un poco fuera de tono.
El examen consistía en algunas pruebas teóricas conjuntas que no recuerdo bien pero que pasaban necesariamente por el dictado, atonal si mal no recuerdo, y algún tipo de test musical más o menos complicado. Luego se pasaba a la prueba de instrumento, a la de dirección y a una breve entrevista con el tribunal. Fue muy curioso ver cómo el profesor secretario del jurado en la primera llamada a los candidatos se esforzaba por pronunciar correctamente todos los nombres para él extranjeros, incluida la larga retahíla de nombres chinos que él mismo celebró con una risa consciente de que su pronunciación dejaba bastante que desear. Además, los aspirantes chinos no se reconocían en aquellos fonemas alemanes y no se daban por aludidos.
Llegó mi hora tras la teoría. La prueba de instrumento consistía obligatoriamente en la interpretación de una sonata para piano de Beethoven. Por ello se oía en muchas ocasiones la Op. 49/2, teóricamente más sencilla. En mi caso interpreté la nº 5, Op 10/1. Todo fue bien, al comenzar el desarrollo me pararon, ya no hacía falta escuchar más. Después vino la prueba de dirección, que se hacía dirigiendo a dos pianistas, no había orquesta que dirigir. El programa llevaba, obligatoriamente también, el primer movimiento de la Sinfonía nº 8 de Schubert, inacabada, o la Pequeña Serenata Nocturna, K 525 de Mozart. Preferí el Mozart, en homenaje a Viena y aquí tienes amigo lector una web con sus manuscritos.
No sonaban mal los dos pianos tocados por una profesora miembro del tribunal, que se levantó en ese momento para acudir a la tarea y otro músico que estaba preparado al efecto, un “korrepetidor” de la escuela. No sé si es que tocaban increíblemente bien o que en mi cabeza tenía la sección de cuerda completa pero mi cerebro no podía sonar mejor.
Acabando el Allegro me dejaron empezar el segundo, Romance Andante. Pensé en la parte que parece más rápida, para sentir el tempo, respiré hondo y realicé mi anacrusa para atacar el tercer tiempo del compás. Lástima, porque me cortaron después de la exposición del primer tema. Entonces me dirigí frente al tribunal para la entrevista. Llevaba un poco de miedo ya que mi nivel de alemán por aquel entonces no era muy bueno, sin embargo había estado todo el verano practicando. En un momento dado, la conversación se puso un poco tensa debido a un intercambio de información sobre Salieri. Se había estrenado no hacía mucho (en todo el mundo y también en Viena) la película de Milos Forman Amadeus y el maestro Österreicher me preguntó si sabía algo más sobre Salieri que lo que aparecía en la película. No entendí bien ese ataque que pareció personal. ¿Podría ser una forma comprobar mi capacidad para soportar la presión?
Le contesté que sabía bastantes más cosas sobre Salieri que lo que aparecía en la que me parecía sin duda una buena película. Dije que no creía que fuera mi deber recordarle que era una adaptación de una obra teatral de Peter Shaffer, con lo cual debería tener en cuenta que la película no era un documental histórico sino una recreación fílmica de una visión personal puesta en interpretación dramática de una parte de la vida de Salieri y su relación con Mozart. Eso es lo que creo que dije, y así lo conté después, pero alguna salida de tono debió de escapárseme ya que el resultado final de la prueba fue negativo.
A la salida me junté con el clarinetista español, que obtuvo el mismo resultado que yo, y que se había citado, por una tercera persona, con Mauricio. Andrés me dijo que él se había inscrito también en la prueba del Konservatorium y que, aunque hubiera suspendido, ya que había llegado hasta allí no estaba dispuesto a perder oportunidades. Me preguntó si había hecho lo mismo, pero yo no conocía esa posibilidad. También dijo que en esta segunda opción no le pedían tocar el piano, sino su propio instrumento incluso me preguntó si quería acompañarle durante la prueba tocando el concierto de Mozart, pero yo me sentía inseguro y le dije que no. Aun así decidí, junto con Mauricio con el que rápidamente empaticé, acompañarle a la prueba que tendría lugar días más tarde en el conservatorio de la misma calle Johannesgasse, al lado de la Residencia de la Escuela.
En el Konservatorium de Viena, hoy Musik und Kunst Privatuniversität der Stadt Wien, impartía docencia el maestro Reinhard Schwarz, de quien aquí puede consultarse su obituario, a la sazón director principal de la Ópera de Mönchengladbach, entre Colonia y Essen. Me inquietaba no tener plan B y poder presentarme a esa prueba. A diferencia de la Hochschule allí no había primera prueba teórica conjunta e iban haciendo el examen uno a uno, candidato por candidato.
Según habíamos acordado, allí acudimos a acompañar al compatriota. Cuando terminaron con todos, leyeron una lista de llamada con varios nombres que se habían apuntado con posterioridad. “Ahí podía haber estado yo”, pensé. Contestaron los presentes y entonces el maestro Herr Professor Schwarz preguntó “¿hay alguien más aquí presente que desee hacer la prueba y que no estuviera inscrito?”, a lo que una persona se acercó para solicitarlo. Mientras el maestro se apoyaba en una mesa para apuntar sus datos me dijo Mauricio “¡es tu oportunidad apúntate!” Yo no estaba muy seguro, y al ver mi cara de duda tomó la iniciativa, me pegó un empujón en dirección a la mesa y caí encima del maestro, de forma que no tuve más remedio que decirle que yo también quería hacer la prueba. La magia de la oportunidad y el empujón de Mauricio obraron el milagro.
Pasé a la sala cuando llamaron y me preguntaron qué quería tocar, al piano claro. Por un instante se me pasó por la cabeza tocar Chopin, algún estudio de los que me sabía, pero mi raciocinio me dijo que asegurara. De forma que toqué otra vez la Op. 10/1 de Beethoven, y otra vez no me dejaron llegar más allá de la exposición. A continuación me hicieron escribir en un pizarra preparada al efecto la respuesta del sujeto de una fuga. Me pareció sencillo y cuando quise ponerme a elaborar el resto de la exposición, con su contrasujeto, me pararon también. Luego un miembro del tribunal sacó una partitura vocal de una ópera y me pidieron que leyera a primera vista. Otra vez me acompañaba la suerte, era La flauta mágica que me sabía casi de memoria, el inicio en el que las Tres Damas salvan a Tamino de la serpiente. Sin problema.
Comprobado que lo podía leer a primera vista al piano, me pidieron que cantara diversos fragmentos del mismo número, cambiando de voz en cada uno de los tres personajes. También sin problema. Después de esa prueba, un ratito de charla con el tribunal, en el que el más duro era el auxiliar del maestro, el director de orquesta y violista de la Sinfónica de Viena Georg Mark.
Salí francamente tranquilo, ya había tenido bastantes pruebas, mi biografía estaba llena de exámenes con lo cual estaba inmunizado contra los nervios. Además, no tenía nada que perder. Por fin me reconocieron las posibilidades y la valía y me admitieron en el curso como Kapellmeister Schüller, de forma que la primera parte del sueño parecía haberse cumplido. Esa es la manera en que comencé mis estudios en el Konservatorium der Stadt Wien en 1987. Por fin llegué a la capital de la dirección de orquesta.
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El sobrenombre define bien a Santiago Martínez Arias. Como cualquier personaje de extraña biografía profesional es difícil seguir su pista vital. Tiene altos estudios musicales internacionales y ello se evidencia rápidamente en su conversación. Inevitablemente también se comprueba que es experto en seguridad y defensa y doctor en relaciones internacionales, jefe de prensa editorial, profesor universitario, además de tener un pasado, lejano ya, como corresponsal de ‘El Independiente’ en Europa oriental. Más parece que sea un agente, y aunque su pasado pianístico fuera glorioso, sólo quedan los restos del naufragio. Ha representado a Stingray CLASSICA. [/author_info] [/author]