Mil quinientos años antes de Cleopatra, gobernó Egipto una inteligente, audaz y decidida gran mujer que tuvo que hacer valer su derecho a llevar la corona para ascender al trono como “legítimo rey”; su nombre: Hatshepsut (“la que está a la cabeza de las Nobles Damas”); “Faraón de Egipto”.
Sin embargo, tras veintidós años de reinado, un reinado de calma y prosperidad, poco tiempo después de su muerte, las inscripciones en las que figuraba su nombre fueron martilleadas y cualquier vestigio de sus años al frente del país borrado para siempre, siendo cruelmente condenada al ostracismo y olvidada completamente por la historia.
En 1829, un supongo sorprendido Champollion descifró, en los escasos textos que aparecían grabados en los escombros de su templo funerario de Deir El-Bahari (“El Convento del Norte”), el nombre de una soberana de la que nadie había oído hablar, ni había constancia alguna de su existencia. Treinta años más tarde, Auguste Mariette, director del Servicio de Antigüedades de Egipto, realizando el despeje parcial del templo, sacaba a la luz los bajorrelieves que representaban la expedición al país de Punt organizada, efectivamente, por una reina, de nombre Hatshepsut.
Según la tradición secular, de no haber descendiente varón, los faraones de Egipto, sólo podían gobernar si se casaban con una mujer de sangre real que, mediante el matrimonio, otorgaba al hombre la condición de soberano; si bien, al parecer, legalmente no había impedimento para que una mujer pudiera ocupar el trono. Tan arraigada costumbre iba a romperse por primera vez hace treinta y cinco siglos, cuando el faraón reinante Tutmosis I, a falta de heredero varón, dictaminó que su hija Hatshepsut, de quince años, fuera su “Heredera”.
Nieta, hija y esposa de faraón, descendiente directa de los grandes faraones que liberaron a Egipto de los hicsos y portadora de la sangre sagrada de su abuela, la reina Ahmose-Nefertari, a través de su madre, y, por tanto, con pleno derecho a ocupar el trono, tuvo que aceptar, al parecer, por una conjura palaciega auspiciada por Ineni, Arquitecto Real y Consejero, convertirse en la Gran Esposa Real de su débil hermanastro, Tutmosis II, fruto de la unión de su padre con una de sus concubinas.
Éste disfrutó de un breve reinado, muriendo en plena juventud y dejando dos hijos pequeños; una niña, fruto de su matrimonio con la reina, y un niño de cinco años, el nuevo faraón: Tutmosis III, nacido de sus relaciones con una concubina. Dado que no quiso desposar a su hija con el nuevo faraón, como hasta entonces había sido la norma en el antiguo Egipto, y de esta forma asumir la regencia; tanto por considerarse la legítima heredera del trono, como por que planeaba un revolucionario sistema sucesorio por línea femenina, una vez más, de nuevo por culpa del todopoderoso Ineni, tuvo que aceptar su destino, y por segunda vez, se vió obligada a actuar al lado del nuevo faraón, ahora, como corregente; ella, que por derecho el trono de Egipto le pertenecía.
En los primeros años de reinado de Tutmosis III mantuvo cierta ambigüedad a la hora de presentarse ante Egipto y definir su papel como corregente, ejerciendo con el título de “reina viuda”, pero en el año VII del reinado de Tutmosis, en presencia del joven e inexperto faraón, en un golpe teatral magistral fraguado con los años, se autoproclamó “Faraón de las Dos Tierras y primogénita de Amón”, con el beneplácito de los todopoderosos sacerdotes de Amón, encabezados por su gran amigo Hapuseneb, el Sumo Sacerdote de Amón, y por el insondable y fiel Senenmut, “Gran Administrador de su casa” y “Juez del país entero” y, lo más plausible, su amante, adoptando el nombre de Maatkara-Hatshepsut (Maatkara o Maatkare: “el espíritu de Ra es justo”). El joven faraón no pudo hacer otra cosa más que admitir la superioridad de su tía y madrastra. El trono de Egipto, tenía así dos faraones. Adoptó la titulatura real con el “nombre de Horus” de rey de Egipto en femenino y asumió todos los atributos masculinos de su cargo excepto el título de «Toro poderoso», haciéndose representar a partir de entonces como un hombre, llevando incluso una barba postiza y usando sus años de reinado para el cómputo oficial.
Curiosamente, la palabra “faraón” nace entonces, fruto de esta corregencia, por un problema práctico de escritura: en todas las ceremonias el nombre de los dos faraones debía de figurar juntos y compartir los dos últimos títulos del protocolo. Uno de los usos sería el siguiente:
“El rey del Alto y Bajo Egipto, Maatkare”
“El rey del Alto y Bajo Egipto, Menjeperkare” (o Menjeperre),
lo que, sin duda alguna, hacía muy laboriosa la labor del escriba. Se decidió adoptar simplemente el término “Per-aa”, la Alta Mansión, aludiendo al palacio donde residían ambos dignatarios, lo que derivó de “Per-a-a” a “Pharaa” ? Faraón.
Hatshepsut, miembro de la dinastía XVIII, la más fructífera de la historia de Egipto, no dudó en encumbrar a Hapuseneb y a Senenmut. Durante todo su reinado controlaron el país formando un trío indestructible.
Si importante en la vida de Hatshepsut fue, sin duda alguna, Hapuseneb, su amigo desde la niñez y valedor de la reina, no lo fue menos Senenmut, el arquitecto real y constructor del templo funerario de Deir El-Bahari, y, lo más probable, su amante, a quien llegó a conceder más de 90 títulos, entre ellos, el de “Mayordomo y Administrador de la princesa Neferure”, hija de la reina, de quien, por cierto, se sospechaba, pudiera ser más de él que de Tutmosis II. Fue también el único al que otorgó el permiso real para que pudiera grabar su imagen representándose a sí mismo en el templo de Deir El-Bahari arrodillado adorando a su soberana. Igualmente, en un sector al que el público no puede acceder, están representados la faraona Hatshepsut y el arquitecto real Senenmut en actitud de amantes. Sorprende también que en lo alto de la cámara funeraria de Senenmut los nombres de Hatshepsut y Senenmut estén hermanados, algo del todo inusual.
Hatshepsut ha pasado a la historia como una gobernante pacífica, pero hubo al menos seis campañas militares durante sus años de reinado; si bien, la mayoría fueron meras escaramuzas para disuadir a los siempre belicosos pueblos fronterizos.
Prolífica constructora, promovió la restauración y ampliación de santuarios por todo Egipto y Nubia, así como la construcción de otras muchas obras, embelleciéndolas con esfinges, estatuas e incorporando nuevos elementos arquitectónicos, pero fue sobre todo en Tebas donde levantó su obra más grandiosa, entre otras, la Capilla Roja, dos pares de obeliscos o el séptimo pilono en el tempo de Karnak, y un palacio real. Otro lugar, tal vez, el más espléndido de la antigua capital, fue el moderno, original y sorprendente templo de Deir El-Bahari, su Djeser –djeseru, “el castillo del millones de años.
Uno de los hechos más relevantes para Hatshepsut fue la doble expedición por tierra y mar al país de Punt; legendario país ubicado, probablemente, en Somalia, de donde procedían los árboles de incienso y mirra y de donde trajo también extrañas especies de animales nunca antes vistas en Egipto y generosos cargamentos de oro, marfil, ébano, además de otras maderas preciosas. La delegación egipcia no sólo se dedicó a comerciar, hizo también un minucioso estudio de la fauna y la flora de Punt, así como de la organización política y social del lugar. En recuerdo de aquel memorable y peligroso viaje decoró gran parte de las paredes de su templo funerario de Deir El-Bahari
Poco se sabe del final de Hatshepsut. Se desconoce si fue retirándose paulatinamente del poder o si en algún momento su sobrino decidió asumirlo, tan sólo que a su fallecimiento debía de haber superado los cincuenta años de edad.
Gracias a los arduos trabajos e investigaciones de los egiptólogos, que con el pasar de los años van encontrando a cuentagotas un dato aquí y otro allá, se ha podido revelar, al menos, su existencia, pero el mayor y mejor secreto guardado hasta la fecha es saber fehacientemente el motivo por el que fue proscrita de los anales de la historia del antiguo Egipto, aunque todo apunta a su sobrino.
(N. del A.: pido disculpas a los egiptólogos si he incurrido en algún error; ésta es tan sólo una simple aproximación al personaje de una apasionada del antiguo Egipto)
Consultas y bibliografía:
“Hatshepsut: la reina misteriosa”. Christiane Desroches Noblecourt.
“Reinas de Egipto. El secreto del Poder”. Teresa Bedman
“Mil Millas Nilo arriba”. Amelia B. Edwards. (Traducción Rosa Pujol)
El templo de Hatshepsut de Deir El-Bahari. Teresa Bedman
Proyecto Djehuty
Proyecto Senenmut.