Ha transcurrido ya alrededor de un año y medio desde que Svetlana Alexiévich obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Pasada la conmoción inicial, es tiempo más que suficiente para poder realizar una aproximación serena y pausada a La guerra no tiene rostro de mujer, una de las obras clave dentro de su trayectoria.
Cuando en octubre de 2015 la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel de Literatura a Svetlana Alexiévich (1948) indicó que lo hacía “por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”. En ese momento su nombre era apenas conocido más allá de las fronteras de algunos de los países de la extinta Unión Soviética, aunque ya había obtenido algunos galardones del peso específico del Premio Ryszard-Kapuscinsky de Polonia, el Premio Herder de Austria o el Premio Nacional del Círculo de Críticos de Estados Unidos.
Gracias al impacto mediático hemos accedido a su singular obra y es de prever que en los próximos años nuevos textos de la narradora bielorrusa sean traducidos al español para suerte de la comunidad castellano parlante.
Hay libros que desde la primera línea conmueven de la manera más profunda al lector, quien es plenamente consciente de que entre sus manos se encuentra algo distinto de lo habitual. Es lo que ocurre con Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline, con A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales, con Quiero dar testimonio hasta el final de Victor Klemperer… Ya no es sólo por lo terrible de la realidad que cuentan sino por la formidable combinación de coraje, bonhomía, pericia y conocimiento del ser humano que muestran en cada una de sus páginas.
La guerra no tiene rostro de mujer entra en esta categoría. La obra da voz a una historia muy poco conocida de la Segunda Guerra Mundial: la de casi un millón de mujeres que combatieron en las filas del Ejército Rojo a lo largo de este periodo en puestos como personal sanitario, conductoras de tanques, francotiradoras, telegrafistas, zapadoras… Qué ocurrió con ellas durante el conflicto y qué es lo que sucedió después son dos de las grandes interrogantes que tratan de ser explicadas a través del testimonio directo de centenares de ellas.
Desde tal punto de vista el libro de Svetlana Alexiévich constituye un verdadero monumento a la intrahistoria, un prodigioso ejercicio de escuchar las voces de mujeres que en un número significativo de casos fueron marginadas por la propia sociedad a cuya defensa habían entregado parte de su juventud, una magistral síntesis que conforma un relato tan desgarrador como necesario.
Es preciso agradecer los denodados esfuerzos de la periodista por sacar adelante la obra, realizada entre finales de la década de los setenta y comienzos de los años ochenta y reescrita de nuevo ya en 2002 para introducir fragmentos tachados por la censura y material que no se había atrevido a emplear en la primera versión. Sin su arrojo y determinación, el testimonio de esas mujeres se habría perdido de manera inexorable.
Por razones que tienen que ver con la biología del ser humano, una parte considerable de las entrevistadas ya han fallecido en este periodo de tiempo (téngase en cuenta que han transcurrido casi cuarenta años desde las primeras conversaciones con algunas de ellas). Pero quedarán por siempre en el recuerdo los nombres de Natalia Ivánovna Serguéiva (soldado auxiliar de enfermería), María Alexéievna Rémneva (subteniente empleada de correos), Válentina Pávlovna Chudaeva (sargento de una unidad de artillería), Anastasia Petrovna Shéleg (cabo mayor operadora de globos aerostáticos de barrera)… y tantos centenares de ellas que conforman este libro.
En un determinado momento escribe la autora: “La humanidad ha vivido miles de guerras (hace poco leía que en total se habían contabilizado más de tres mil, entre grandes y pequeñas), sin embargo la guerra sigue siendo un gran misterio. Nada ha cambiado”.
La guerra no tiene rostro de mujer es una obra particularmente indicada para quienes aspiren a comprender mejor ese gran misterio que es la guerra, para los que desean conocer mejor hasta dónde puede llegar el ser humano en su implacable lucha por la supervivencia; pero también debería ser un libro de obligada lectura para quienes banalizan la violencia, para aquellos que optan por una trivialización del dolor humano, para los que pretenden encapsular los conflictos bélicos en una especie de macro videojuego con el que jugar cómodamente desde casa, para quienes se benefician de forma inmisericorde de la tragedia de las personas, para miopes dirigentes políticos que no son capaces de ver más allá de sus estrechos intereses…
Svetlana Alexiévich tiene una poderosa obra a sus espaldas que es preciso conocer. Libros que abordan cuestiones como la catástrofe nuclear de Chernóbil, la caída del Telón de Acero, la guerra en Afganistán. La editorial Debate está publicando una parte apreciable de sus textos para el mercado en lengua española. Ya no tenemos excusa para ignorar su contenido.
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Svetlana Alexiévich. La guerra no tiene rostro de mujer. Debate.
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Especialista en nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones aplicadas al ámbito del periodismo. Ha publicado alrededor de diez libros y más de treinta artículos en revistas científicas. Le gusta leer. [/author_info] [/author]