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En las trincheras, de Gaziel

En las trincheras de Gaziel

En En las trincheras, de Gaziellas trincheras es un libro terrible, durísimo y demoledor, sobre todo porque lo que narra no es en modo alguno ficción sino que describe una pavorosa realidad como fue la Primera Guerra Mundial. Gaziel recrea un ambiente asfixiante y sin concesiones al lector, que nos subyuga desde la primera hasta la última página del presente tomo.

Gaziel, pseudónimo de Agustí Calvet (1887-1964), fue uno de los mayores periodistas españoles de la primera mitad del siglo XX. Hasta el momento su obra no ha obtenido el reconocimiento que merece como consecuencia de la concatenación de unos cuantos factores entre los que la mezquindad y el cerrilismo en el plano político adquieren singular relevancia.

Pese a ello en estos últimos años se advierte un creciente interés por su figura, principalmente plasmado en su inclusión por parte del profesor Xavier Pericay entre los periodistas que conforman la antología Cuatro historias de la República publicada por Destino, así como en la paulatina recuperación de sus textos liderada por la editorial Diëresis.

En las trincheras recoge parte de las crónicas que Gaziel envió al diario La Vanguardia entre los años 1914 a 1917. Además de aparecer en el periódico barcelonés, algunas de ellas ya se habían publicado previamente en forma de libro mientras que otras ven ahora la luz por vez primera en dicho formato.

La prosa de Gaziel es elegante, transparente, fluida, rica en matices y tan rítmica que en ocasiones llega a ser hasta cantarina. Quizá por eso es particularmente sobrecogedora su capacidad para narrar los mayores horrores sin necesidad de truculencia alguna, con toda suavidad, como cuando alude a aldeas “tan monstruosamente destrozadas que ya ni el aspecto de ruinas tienen. Una ruina es algo que deja adivinar bajo su estado actual de decadencia, un tiempo pretérito de esplendor. (…). ¡Pero aquí, en estas pobres aldeas, la devastación es tan grande que un labriego, ausente desde hace tan sólo tres meses, no podría hoy, si volviera, adivinar ni el rastro de su miserable vivienda!”

Gaziel realiza un descenso a los infiernos y nos toma de la mano para que lo acompañemos en tan espantoso viaje a lo largo de las trincheras de Verdún (donde fallecieron alrededor de 300.000 personas y casi un millón fueron heridas), por la batalla del Marne y sus pueblos triturados por la artillería de ambos bandos, en torno a las catacumbas de Argona con sus centenares de kilómetros de lóbregos túneles excavados en medio de las más penosas carencias…

Pocas veces la guerra ha sido definida con mayor precisión, como una singular mezcla de inconsciencia, crueldad y perplejidad, que cuando escribe: “¿Es posible que esto sea la guerra? Al ver los combatientes escondidos bajo tierra, acechando sin ser vistos, protegiendo sus posiciones con enredaderas de alambre, valiéndose de un aparato que parece un juguete de óptica, para descubrir al enemigo, y entreteniéndose en cazar espejos como quien tira al blanco, diríase que nos hallamos entre dos bandos de chiquillos traviesos, que están divirtiéndose con instintos salvajes y fruiciones de pillete”.

Gaziel resulta un magnífico descriptor del drama acumulado en la vanguardia y en la retaguardia de las trincheras pero, sobre todo, nos hallamos ante un excelso transmisor de sensaciones sutiles: el sinsentido del conflicto bélico, el dolor que todo lo impregna, el azar como elemento omnipresente, la claustrofobia cuando se recorren cuevas, túneles y catacumbas… En un entorno de tal desolación es inevitable la referencia a la incapacidad que parece demostrar el ser humano a la hora de controlar sus más bajas pasiones: “El problema que planteara Sócrates hace ya tantos siglos, persiste exactamente en su infinita e irreductible gravedad, más premioso si cabe. De qué servirá al hombre dominar la Naturaleza, si no sabe dominarse a sí mismo”.

Cada uno de los textos de En las trincheras emana, a partes iguales, el hedor de la conflagración con el aroma de la piedad ante los soldados combatientes. Consciente en todo momento de su privilegiado rol en la guerra, nunca renuncia a que su mirada analítica sea compatible con el examen compasivo de la realidad.

Y un último apunte: en medio de este maremagno de espanto el autor encuentra tiempo para reflexionar sobre el viejo tópico del viaje, entendido aquí como verdadera peripecia vital: “Las modernas vías férreas han quitado a los hombres la más grata y esencial de las emociones que experimentan durante un viaje. Viajar no es propiamente recorrer con la mayor velocidad posible la distancia que media entre dos puntos de la superficie terrestre. En este caso, lo que se hace no es viajar, sino simplemente trasladarse. Los viajes modernos se caracterizan casi siempre por la rapidez, que es un elemento económico, a costa de la contemplación, que es un impulso emotivo”. ¿Qué diría Gaziel de nosotros en la actualidad?

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Gaziel. En las trincheras. Diëresis.

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