Pianista frustrado y suspiros de España. Una nueva incursión por las sendas de la cultura, la nostalgia y la reflexión. En los años ochenta, nuestro mundo de la música clásica tenía la impresión de estar a la cola de Europa. No era falso del todo, no viajábamos precisamente en primera clase. No podíamos compararnos con nuestros vecinos Italia, Francia, Alemania o Inglaterra, con Rusia, Checoslovaquia, Hungría o Rumanía, con Finlandia o las Repúblicas Bálticas (en aquel momento todavía repúblicas soviéticas pero no por ello menos regadas por el Mar Báltico).
Cualquiera podía salir ganándonos en un hipotético concurso de méritos músico-clásicos internacionales. ¿Es que éramos más torpes que el resto o es que no teníamos apoyo, público o privado? Aunque la pregunta debería ser otra creo, por ejemplo si el patrimonio musical clásico es nacional o es universal. Me temo lo peor.
Es música clásica, música occidental, no música popular o folclórica. Sin necesidad de preguntarnos ¿qué es la música clásica? -como hiciera Leonard Bernstein dirigiéndose a los jóvenes- podemos contar los grandes genios que hemos tenido en todos los campos de aquella. Tenemos cumbres en la composición, huelga enumerarlos, del más conocido (¿Falla, Granados o Albéniz?) al más grande (¿Arriaga o Guerrero, Morales o de Victoria?). Respecto a estos últimos hay que decir que es necesario esforzarse para recordarlos y haber escuchado bastante música. Es decir, no salen de forma tan espontánea como Beethoven, Mozart, Bach, Verdi, Puccini, Purcell, Haendel, Haydn, Brahms o Liszt. Pregunten, pregunten al pueblo… es como si me preguntan a mí por el último músico que lidera un grupo de hard.
Grandes de la música clásica en España
En la música de la pasada centuria, en lo que a composición se refiere, nos quedamos en el principio del siglo XX como referencia, porque la posguerra y toda la etapa de las vanguardias en España es difícilmente apreciable. Quiero decir que estaba sumida en una producción poco significativa. Los músicos, al igual que los científicos, los economistas o los pintores y escultores, seguían teniendo que salir a formarse fuera de España (Roberto Gerhard y Pau Casals en el recuerdo).
Así, no podemos hablar de trabajos interesantes en nuestro país en esa época, sino de referencias más locales que otra cosa, con escasa repercusión mundial. Pero no nos amontonemos, todos tuvieron sus diez minutos de gloria.
Lo que me gustaría reivindicar es una época posterior, superadas ya la experimentación y las vanguardias, aquellos años ochenta que fueron una palanca importante para los compositores en general, también desde el extranjero, comenzando una época si no dorada desde luego importante, de la mano de los más jóvenes compositores repartidos por toda Europa y América.
En el mundo de la interpretación se repite el esquema, y así en los ochenta teníamos también cumbres, esta vez quizás más reconocidas internacionalmente, como Domingo, Caballé y Berganza, entre otros puntales líricos; Segovia y Yepes, a las seis cuerdas –a veces diez-; Larrocha y Esteban Sánchez; nada reseñable en el campeonato del mundo de la dirección de orquesta… Otra vez no se me amontonen, hay razones y argumentos para escribir esto.
La educación musical: Suspiros de España
El problema no es la tradición. El problema era –y sigue siendo en muchos aspectos- la educación. No éramos ninguna referencia vital a la hora de mostrar nuestros valores musicales clásicos al resto del mundo. Los músicos clásicos no venían a formarse a España, se van a cualquier otro sito. Austria, Suiza, Holanda, Gran Bretaña, EE.UU., Rusia, Italia… cualquier lugar era mejor que nuestro suelo patrio para formarse. Incluso si yo fuera un guitarrista clásico, o por qué no flamenco, me costaría encontrar una referencia respecto a estos estudios. Para poder decir he estudiado en España, igual que se dice y escribe: he estado en el Royal College, el Mozarteum, el Barbican Center o la Julliard de NY, estudiando con… Parecía que en las descripciones de los programas de mano lucían más los centros del extranjero.
Para colmo de males, justo cuando estábamos saliendo de aquella época gris de la educación, del Plan del 66, lo único que nos identificaba era una música de calidad dudosa, aunque pegadiza, que servía como válvula de escape social a una parte de la juventud: la “movida”.
Acusamos con facilidad a nuestros vecinos de chauvinistas y sin embargo no dejamos de mirarnos el ombligo, que contiene deshechos en forma de música pop. Mucha gente continúa hoy creyendo que aquella música era buena, o vive inmersa todavía en un “matrix de la movida”. Nada real, ya que no dejaba de ser un fenómeno demasiado local (incluso localizado por barrios de la capital). Nada oscureció tanto la evolución de la música clásica como la movida. Ese tótem al que todavía hay que adorar, para quedar bien en determinados círculos, pero que no deja de ser un insignificante tropiezo en la evolución de la cultura española.
En ese mismo tiempo había una plétora de estudiantes jóvenes que se esforzaba por darse a conocer y por conseguir que la música clásica española fuera entendida e impulsada a la categoría que podía aspirar. Desde el Conservatorio de Madrid, aunque había pocas opciones, se trabajaba por internacionalizarse y mejorar la enseñanza, aunque había todavía resortes anticuados que hacían difícil la evolución. También estábamos pensando todo el día en salir fuera para superar aquel, afortunadamente cambiado, sistema educativo de enseñanzas musicales. Y artísticas por cierto, ya que en el cuarto piso del ahora Teatro Real convivían la Escuela de Arte Dramático y la Escuela de Danza clásica y española (actores y bailarinas que abarrotaban los ascensores y las mesas de los cafés cercanos a media tarde o media mañana).
La estructura del Conservatorio era inamovible, a pesar de tanto tiempo perdido en asambleas y huelgas. Tras la revolución siempre viene el retorno de las estructuras que se han derribado. Una cátedra de composición, con García Abril a la cabeza; una cátedra de dirección de orquesta, con García Asensio, movimiento de batuta celebidachiano encarnado y rematado por su ayudante; ocho catedráticos de piano –Carra, G.González, Almudena Cano, L.Jimeno (el mío, bueno en realidad su esposa y ayudante M.L. Villalba), y así hasta ocho; una cátedra de Contrapunto y Fuga con un señor, supuestamente compositor, de cuyo nombre no me acuerdo pero con un magnífico ayudante, en conocimiento de Bach y en formidable altura, que nos descubría los misterios en el análisis de la música antigua, nos descifraba el contrapunto severo e interpretaba nuestros corales variados para órgano, Daniel Vega.
La percusión de Regolí, el clavicémbalo de Genoveva Gálvez, el saxo de Iturralde y las no menos masificadas clases de Armonía y Melodía Acompañada, en mi caso con el inefable Antonio Areta. Un retrato gris que empezaba a colorearse poco a poco gracias a personas como la imborrable Encarnación López Arenosa, que realizara una tremenda labor desde la dirección del centro.
El emigrante musical
Pero muchos queríamos salir, buscar en el extranjero la panacea, el reconocimiento de la profesión y la inclusión en el circuito internacional de los conciertos y las grabaciones. Muchos lo consiguieron y gracias a ello y a ellos se impulsó la vida musical en nuestro país. La de verdad, no la de la movida que se quedó en eso… una movida. Ya había ejemplos de precursores de ese viaje como el recordado López Cobos.
Por mi parte intenté un despegue desde Cambridge, UK, y no por seguir los pasos de mi admirado y desconocido Gerhard que vivía allí, pero sí conocí a Sir Peter Pears, a Irene Sellomb, a Nick Toller y a toda la gente del Cambrigdeshire College of Arts and Technology (CCAT) donde estuve tonteando con la música clásica una temporada. Incluso intenté hacer un doctorado en Dirección en el Royal Music College con Norman del Mar, frente al que tuve oportunidad de interpretar, o destrozar según se mire, uno de los estudios lentos de Chopin, en concreto el Op.25/7 con esa sugerente y romantiquísima melodía de violonchelo.
Mientras tanto pensaba también en los EEUU, donde Alfonso, también huyendo de la ineficaz ciencia española, se refugió para estudiar un doctorado, y me dijo que me podía organizar un recital en Chicago. Nunca se produjo, aunque sí tiró de mí después para ir a Cambridge. En aquellos años, en Boston, donde a nadie se le habría ocurrido buscar, estaba uno de los mejores pianistas españoles, Pedro Sarmiento, estudiando en una escuela rara y desconocida por entonces, Berklee School of Music, con un maestro más raro si cabe Ran Blake, consiguiendo traerse para España una forma de hacer música personal y completamente nueva.
De las islas británicas salté a la etapa final de mi peregrinaje musical, Viena, e ingresé donde el mismísimo López Cobos había estudiado, el Koservatorium der Stad Wien. Aunque previamente lo había intentado, sin éxito, en la Hochschule für Musik, en la misma Johannesgasse, un poco más abajo, donde estudió otro de los directores de la época que empezaba a despuntar en España, Miguel A. Gómez Martínez. Una experiencia irrepetible, andar por esas aulas y cruzarse con Badura-Skoda, Heinz Holliger, Alfred Prinz, Haubenstock-Ramati, Österreicher y muchos más.
Recordar también a mi maestro de dirección en el Conservatorio, Reinhard Schwarz, a la sazón director de la Ópera de Mönchengladbach y más tarde de la de Baviera. ¡Cuánta tradición y cuánta música se respiraba por aquellos pasillos! Pero quien hacía la música grande eran todos los que estudiaban allí, innumerables, que fueron los que desde allí también ayudaron con su trabajo y sus conocimientos a impulsar la música clásica de vuelta en España.
Una época de la que recuerdos a los grandes de la música, como el gran Andreu Riera, técnica y musicalidad superlativas; a Ana González y a Marisa, a Jorge Robaina, a Ana Benavides, y a todos los que vinieron después. A los directores Manuel Fernández-Silva o a Pedro Alcalde; a Mauricio Sotelo; a Nacho el percusionista catalán huido a Viena evitando el servicio militar, o al otro Nacho, Cabello con su natural simpatía, a Faustino el musicólogo y flamencólogo, a mis compañeros directores del Konservatorium Daniel y Manuel; a Ángel aquel tenor que vivía de forma sencilla en una residencia y que llevaba el frío vienés impreso en su gesto y se metía el jersey de lana por dentro de los pantalones. Por supuesto, aunque no en Viena sino en Friburgo, Linz y Hannover a la soprano Arantxa Armentia.
Una miríada en fin de músicos, pero sobre todo personas, que después de aprender y aprehender el arte continuaron esparciéndolo por el mundo, y que son los que han ayudado a crecer artísticamente el dificilísimo mundo de la música clásica en España
Por el momento estas son las entregas de la serie Pianista frustrado escrita por Santiago Martínez Arias:
Pianista frustrado: Plan de 1966
Pianista frustrado y un programa de concierto
Pianista frustrado y callado hasta ahora… Fausto
Pianista frustrado en Navidad
Pianista frustrado peleando con la tecnología
Pianista frustrado y los enigmas de internet
Pianista frustrado en la Zarzuela
Pianista frustrado en el Flamenco
El sobrenombre define bien a Santiago Martínez Arias. Como cualquier personaje de extraña biografía profesional es difícil seguir su pista vital. Tiene altos estudios musicales internacionales y ello se evidencia rápidamente en su conversación. Inevitablemente también se comprueba que es experto en seguridad y defensa y doctor en relaciones internacionales, jefe de prensa editorial, profesor universitario, además de tener un pasado, lejano ya, como corresponsal de ‘El Independiente’ en Europa oriental. Más parece que sea un agente, y aunque su pasado pianístico fuera glorioso, sólo quedan los restos del naufragio. Ha representado a Stingray CLASSICA. [/author_info] [/author]
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Frustrado, no te frustres, desahogate con las frustraciones de los demás, si te cuento que un libro entregado a la editorial en diciembre del que me dijeron interesarle mucho, estamos a estas fechas y me dicen que está a punto de salir, es para frustrarse o…