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Susana y la real gana (segunda parte)

El relato Susana y la real gana (primera parte)

Susana y la real ganaY continuamos con el relato literario Susana y la real gana.

Tanto Susana como su amiga Visi habían supeditado su asistencia a tal viaje a la circunstancia de que acudieran una y otra. Gracias a la insistencia de Manolita que consideraba una oportunidad aquel viaje para que su hija despertara a sensaciones que parecían muy distantes, como la de Sor Benita, a la que hubiera desagradado notablemente el voluntario destierro de cualquier alumna, ya que poseía dicha religiosa una conciencia grupal inobjetable en la que no cabían marginaciones, al final ambas amigas aceptaron el reto de aquel bautismo social, pese a que el mismo apenas si les aportaba aliciente de ningún tipo.

Tras democrática votación, se decidió por amplia mayoría que el destino de las 108 alumnas de la promoción de 3º de B.U.P. del Colegio Nuestra Señora de las Maravillas fuera Palma de Mallorca, y ello pese a la encendida defensa del otro destino finalista que protagonizó Sor Benita, quien consideraba que Sevilla ofrecía un mayor interés cultural y además eludía la incómoda circunstancia de tener a su cargo a un centenar de adolescentes en biquini durante el día y desenfrenadas durante la noche, como ya había comprobado en anteriores y sufridos precedentes.

Con la cercanía del viaje a emprender, la relación de amistad de Susana y Visi fue fortaleciéndose paulatinamente, hasta el punto de que hilvanaban conversaciones asombrosamente largas, para lo que en ellas había sido costumbre. Daba la impresión de que se necesitaban hasta de forma acuciante, para apuntalar en la segura compañía de la otra, las desconfianzas e inseguridades que minaban un camino que ahora se les ofrecía como menos les gustaba, es decir, sujetas a los usos y afanes ajenos, conscientes como eran de la invulnerabilidad de la marea comunal.

Aferradas la una a la otra, se presentaron en aquella mañana de junio, cálida y prometedora de una cegadora luz mediterránea, entre olas y cremas solares. Para disgusto de Susana, Manolita había sustituido a última hora, prescindiendo de la filial oposición, su bañador negro con dos rayas blancas en los laterales, por un biquini rosa que mostraría sin pudores su cuerpo delgado y no demasiado sinuoso, ese que apenas contemplaba al salir de la ducha, pues siempre lo hacía de soslayo y cuando el vaho dificultaba la visión serena de una anatomía que le asustaba desde que la primera regla vino a sepultar una infancia sin sobresaltos. Por lo demás el equipaje era casi espartano, y más lo hubiera sido aún si su madre, también, no hubiera insistido que añadir el vestido amarillo y corto que le compró un par de meses atrás para la comunión de su primo Arturito, y que mostraba sus brazos y sus piernas al aire, aduciendo que le vendría bien “por si salía alguna noche a bailar y a conocer gente…”. Conociendo a su progenitora, Susana no se molestó en llevarle la contraria. Sabía que era un esfuerzo inútil, y además no era necesario pues aquel vestido volvería en el equipaje de retorno sin que pudiera percibir el aroma de las Baleares.

Susana y la real ganaLa pobre Sor Benita bregaba con la tropa como buenamente Dios le daba a entender. “Y Dios no está para estas cosas”, se decía mientras rezongaba constantemente intentando poner orden en el caos impuesto por la insultante lozanía e inconsciencia de las jóvenes. Pese a contar con el apoyo de los agraciados con sus eventuales puestos de pastor de rebaño desatado, concretamente Doña Rosario, la despistada profesora de Filosofía, y Don Alfonso, profesor de Literatura que anhelaba la próxima jubilación, Sor Benita sudaba por todos sus poros y resoplaba como un Miura encajonado, mientras se preguntaba a santo de qué tenía ella que soportar aquel martirio penitencial cada principio de verano, cuando a buen seguro era la monja con menos pecados que purgar, pues ni fumaba o bebía a escondidas, ni la llamada de la carne le torturaba, ni era envidiosa, desobediente o soberbia. “Una pánfila, eso es lo que soy… Ahora, el año que viene que me esperen sentada”.

Susana y Visi se acomodaron juntas en el autobús, mientras saludaban con la mano a sus respectivos padres, salvo a Gregorio que no podía dejar el negocio desatendido a primera hora, aún sabiendo que como mucho habría perdido un par de clientes. Más tarde se sentaron juntas en el avión, y para terminar se sentaron juntas en el autobús que les dejó a la puerta del hotel de tres estrellas concertado. No para terminar exactamente, ya que compartieron la misma habitación, y también anduvieron inseparables durante las comidas, en la piscina del hotel, en la playa, en…, en todas partes.

Embadurnadas de crema protectora hasta las cejas, tomaron el sol y la sombra cada mañana en la rectangular piscina azulada del hotel. Había otra delegación de jóvenes que también habían acudido de viaje de fin de estudios, y que además se correspondía con un colegio mixto. Así pues, las primeras esperanzas de muchas de sus compañeras se vieron correspondidas con innegable alborozo cuando tuvieron a la vista a aquellos muchachos embutidos en sus coloridos bañadores mientras se arrojaban al agua gallardamente, procurando mostrar un estilo impecable para recabar la admiración del público en general, y de alguna moza en particular, lo cual no siempre conseguían. Contrariamente a lo que nunca hubiera imaginado, Susana se sintió bien en aquel ambiente, incluso con su coqueto biquini rosa, y nadó desenfadadamente entre aquel corral revolucionado de cuerpos en ebullición, si bien lejos de participar en juegos que procuraran algún tipo de contacto físico, casual o perseguido. Visi no se bañó ni una sola vez, y Susana llegó a sospechar incluso que quizás no sabía nadar, o que su biquini blanco se transparentaba al entrar en contacto con el líquido elemento. Fieles a su habitual discreción, en ningún momento hablaron sobre ello. Sí que comprobó en cambio, que su gran amiga, su única amiga, amén de mostrar unos graciosos michelines con su traje de baño, también dejaba ver una anatomía contundente de caderas anchas y grandes pechos, atributos físicos que nadie, ni siquiera Susana, le hubieran concedido de antemano ya que siempre habían permanecido ocultos a la vista, dada la forma de vestir de la joven, con prendas holgadas y poco llamativas.

Mientras Visi se mostraba como siempre, recatada, encogida en su caparazón, sin apenas hablar con nadie, Susana parecía hallarse en pleno proceso de descubrimiento propio, y reía de buena gana, charlando con unas y otros, para el general asombro y el particular desconcierto de su amiga, que se sentía desplazada en su inmovilidad, pues no parecía mostrar interés en sumarse a las costumbres recién adquiridas por aquella muchacha del biquini rosa a la que casi no reconocía.

Susana y la real ganaComo colofón a la transformación de Susana, en la mañana del cuarto día de asueto programado, y mientras visitaban la catedral de Palma con correcto interés y parco entusiasmo pese al voluntarismo de Sor Benita, la joven entabló conversación con un muchacho al que reconoció, pues pertenecía al colectivo de jóvenes que compartían hotel y viaje de estudios. Fran, que así hacía llamarse, era un mozalbete discreto, de los que permanecía generalmente tumbado en su hamaca, donde leía un libro mediano (una novela policíaca, aclaró tras ser interrogado por ello), no prodigándose demasiado en los baños de agua ni de masas, ya que no participaba en exceso de los juegos, ires y venires de muchos de sus compañeros. Ante el asombro de la atónita Visi, su amiga permaneció junto a Fran durante toda la mañana, riendo sus ocurrencias, charlando por los codos y practicando un juego de seducción voluntarioso aunque algo torpe dentro de la natural falta de hábito. Susana, pese a las discontinuas pero evidentes miradas de “no te conozco” de su fiel escudera, se mostraba feliz, como si se hubiera de repente librado de una carga que pesaba sobre sus maneras y su carácter. Y lo hacía sin malicia alguna, puesto que pese a su innegable interés por el joven, quien se había convertido en su prioridad incuestionable en tan poco tiempo, no descuidó a Visi, de quien se encargó que compartiera tiempo y espacio sin fisuras con ellos dos. No quería, infructuosamente, que su amiga se sintiera aparte, y para ello desplegó con naturalidad ambos afectos, intentando que ninguno primara desairadamente sobre el otro.

Los dos días que siguieron al incipiente descubrimiento de los sentimientos románticos por parte de Susana, fueron especiales. Tanto que germinó en la conciencia de ésta la idea de que estaba disfrutando de la mejor etapa de su vida hasta entonces. Ni siquiera la sombra de la pronta separación le preocupaba ya que Fran venía también de Madrid, y habían expresado sin titubeos la convicción de que se seguirían viendo cuando retornaran a su vida habitual. En aquellos dos días, Fran se sentó a su lado en el comedor, y Susana agarraba por el brazo a Visi para que se acomodara en la silla contigua. Compartieron espacio también en la piscina, con las tres hamacas juntas y discretamente apartadas de las de la manada. Pasearon juntos, charlaron con entusiasmo y rieron los chistes buenos de Fran, y malos de Susana, con idéntica alegría. Y con el tiempo, aquel breve tiempo, hasta Visi pareció acomodarse a la nueva situación esbozando alguna sonrisa siempre recatada.

El sábado decidieron cambiar la piscina de media mañana, por la playa. Hacía un sol espléndido y la temperatura era la más alta de todos aquellos días. Y no sólo la climatológica pues Susana, por primera vez que ella recordara, también sentía un calor interno que apenas podía reprimir. Mientras estaban los tres tumbados en sus toallas, a escasos metros del agua, escuchando el sonido rítmico y vivificador de las olas, observaba de medio lado y con un disimulo enternecedor, el físico delgado y no excesivamente atlético de Fran lo que contribuía a que las gotas de sudor recorrieran con mayor caudal su cuerpo aún blanco.

Aquella mañana, que era la última antes del viaje de vuelta, antes del abandono del paraíso, Susana se bañó más que nunca. En primer lugar por la necesidad acuciante de sofocar sus ardores, pero también, y en plena contradicción con la primera de sus prioridades, para hacerlo junto a Fran cada vez que éste se levantaba y se encaminaba hacia el agua. Pese a que por primera vez la chica del biquini rosa puso todo de su parte para alcanzar algún contacto físico con el joven, lo cierto es que éste se mostró discreto y extremadamente correcto, y no pareció entender el lenguaje corporal de Susana, quien acabó hallando consuelo en la convicción de que Fran era todo un caballero y de que quizás ella era la que actuaba fuera de lugar.

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